domingo, 3 de mayo de 2015

CAMINOS AL CIELO.
Francisco Márquez Razo.

                                                Caminando por estas benditas calles de Durango, me salió al encuentro un evento fuera de lo común, resulta qué frente la calle de Juárez en su cruce con 20 de noviembre, dos señores de edad y una jovencita discutían acaloradamente, la joven le reprochaba al señor su temeridad y falta de sentido común al cruzar las calles, sobre todo en el centro de la ciudad qué ya sabemos es bastante riesgoso, por los conductores de autobuses, qué en horas pico, hay que tener cuidado de verdad.
Intente charlar con él, pero el señor no me dio tiempo de decir palabra, frente a mis asombrados ojos y los de su nieta y esposa, se lanzó a cruzar la calle, como Pedro por su casa, un autobús apenas logró esquivarlo y dos vehículos se la recordaron con el claxon.
El señor sin inmutarse llegó a salvo a la acera opuesta, mientras con la mano le hacía señas a su esposa pidiéndole lo siguiera, claro que la señora tomó las debidas precauciones e igualmente nosotros antes de cruzar, la nieta me decía; ¡Lo ve, lo ve, ya no sé qué hacer!
Acompañe a las dos mujeres, hasta llegar con el señor, entonces le comente con riesgo de que me mandara a paseo, que porqué hacia esos alardes de temeridad, pero sonrió amablemente y después de conversar un rato, al fin me explicó; mire yo soy de rancho y ser así es parte de mi naturaleza, pero estas mujeres no me entienden, espero que usted si lo haga, y en pocas palabras se lo explicó. ¡Prefiero qué me atropellen por pendejo, a qué me atropellen por huevón!
La verdad, no supe qué responder, pues la lógica me parecía bastante respetable y así sin salir de mi sorpresa aquel señor prosiguió: ¿Y quiere saber un secreto? Me preguntaba.
-Desde luego, respondí.
Sabía usted que son precisamente los choferes de autobuses, los que tienen más probabilidades de ir al cielo.
-Pues mire yo no lo creo, la verdad es que esos señores son unos cafres, salvajes, arbitrarios y no sé cuántas cosas más decirles.
Mire se lo cuento; resulta que falleció un Obispo y al estar haciendo fila para ingresar al cielo, estaba frente a él, un tipo gordo, feo, con apariencia de gorila y la barriga de fuera, llega este sujeto con San Pedro y entonces le pregunta: ¿Dime tu nombre? -Juan Pérez.
Muy bien, a qué te dedicabas en Durango; ¡Pues era chofer de autobús urbano!
Checa su lista de ingreso San Pedro y le comenta: -Si aquí estás en mi lista, bienvenido y permíteme; chasquea los dedos y se abre una enorme puerta que deja ver la belleza del paraíso, se acercan doce féminas de angelical belleza que portan para el recién llegado una túnica dorada, bellamente decorada y exactamente a la medida de Juan Pérez, le entregan un arpa de oro puro y así entre cantos y muy bien acompañado, entra aquel señor al cielo.
El obispo al observar este recibimiento para el chofer, se hincha el pecho de orgullo, esperando para el nada más y nada menos que el propio Dios llegará a recibirlo.
Le preguntan entonces: ¿Cuál es tú nombre? Leonardo de las altas Torres y Mayorga.
Muy bien y cual era tu actividad en la tierra; ¡Obispo de la iglesia!
Es correcto, aquí tengo tu ingreso, de nueva cuenta chasquea San Pedro los dedos, y se abre entonces una pequeña puerta así como las de emergencia en algunos antros, aparece una dama que parecía empleada doméstica de colonia popular, como si fuera damnificada del Huracán Manuel e Ingrid juntos, con apenas un pedazo de túnica deshilachada y un arpa sin cuerdas, obviamente el obispo se enciende y le reclama airadamente a San Pedro; ¡Aquí debe de haber un error señor mío! No es posible que a ese mugroso chofer de autobús urbano, le brinden ese cálido recibimiento y a mí, que he dedicado mi vida a la iglesia, se me trate de esa manera, yo si tengo los méritos suficientes para entrar al paraíso, ese tipo no.
San Pedro entonces le explica; mira no hay ningún error, es cierto que predicaste en la misa todos los domingos, estos últimos veinte años, pero resulta que tu sermón era tan aburrido y todos los asistentes se dormían.
En cambio todos los que se subían al autobús en cuanto Pedro comenzaba a manejar,  sin excepción se ponían a rezar, así que aquel tiene más méritos que tú.

Otra lógica respetable y por si las dudas estoy muy atento al cruzar las calles.

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