domingo, 31 de mayo de 2015

NO ME HE CALADO.
Francisco Márquez Razo.

Hace algunos años cuando formábamos parte de la administración pública municipal, en la dependencia se tenía la tradición de reunirse los compañeros cada quince días en algún espacio negociado por el comité de eventos, para departir y charlar, acompañados de una buena comida y abundante bebida, para este motivo todos los asistentes sin excepción aportábamos una cuota religiosamente, sin embargo uno de los ingenieros de nombre Fernando, se las ingeniaba para no aportar su coperacha y llegar a las comidas, donde se daba vuelo bebiendo de inicio a fin, esto molestaba a los asistentes que si aportaban su cuota y poco a poco se fue creando un malestar hacia Fernando por su cinismo y descaro de seguir apareciendo a beber más qué a comer en cada reunión, claro que estos rumores hacia su persona parecían no afectarle, pues a pesar de las indirectas de algunos compañeros él seguía apareciendo como si nada en cada reunión.
Finalmente y en conjunto decidimos darle de una vez por todas, una lección, acordando para ello qué en la próxima reunión lo exhibiríamos frente a la concurrencia de una manera elegante pero decidida, como el gorrón que era y avergonzándolo, para que finalmente aportara su cuota o se decidiera a no asistir más.
Así las cosas en medio del evento se formó un círculo alrededor de Fernando, que bebía como si estuviera deshidratado y el encargado de darle el escarmiento inicio una charla de la siguiente manera: -Oye Fernando dime una cosa, en cada reunión ¿Cuántas cervezas te tomas? Fernando comenzó a recordar para contestar la pregunta y después de unos momentos respondió: Pues mira, más o menos unas veinte o veinticuatro cervezas.
El qué le preguntaba y alzando la voz para qué todos lo escucharan arremetió nuevamente con fuerza; ¿Y pagando tú caón?
Y Fernando con aquel desenfado que lo caracterizaba aclaró: No pues pagando yo, la verdad que en toda mi vida, nunca me he calado.
Y a pesar de que todos esperábamos otra respuesta, no pudimos evitar reír ante las palabras de este gorrón de profesión.
Esta anécdota y no sé por qué razón, me recuerda mucho la actitud de nuestros políticos, se esmeran en “gestionar” enormes cantidades de recursos, en presupuestos históricos, para gastar a manos llenas inclusive endeudando por los próximos treinta o cuarenta años a sus estados y municipios sin que les importe gran cosa, total que el dinero en cuestión no es de ellos, sino de los contribuyentes y si ahondáramos más en este asunto y les preguntáramos si alguna vez gastarían así su propio dinero, o si pagando ellos harían lo mismo, desde luego que nos responderían como el cínico de Fernando: ¡Pues la verdad no me he calado!




La frase de la semana


domingo, 24 de mayo de 2015

LA NIÑA DEBÍA REZAR TODAS LAS MAÑANAS PARA QUE LOS LOBOS NO DEVORARAN A SUS PADRES.

Francisco Márquez Razo.

                     La niña leía un día que en algún lugar de este planeta los antílopes rezaban cada amanecer a su creador de esta forma:
“O creador de todas las cosas, danos la velocidad, la resistencia y el valor de luchar, para que el león, no nos devore y logremos al menos este día, sobrevivir”.
-Y esto le agradó. Pero descubrió que igualmente el león rezaba a su creador de esta manera: “Creador de todas las cosas, permíteme este día, ser más rápido, certero y despiadado que ayer, para cazar al antílope y sobrevivir”.
Entonces se preocupó, porque entendía que de alguna forma ambos tenían la razón y que solamente la voluntad de uno, u otro, definiría el éxito en esa batalla por la sobrevivencia.
Decidió entonces rezar igual que lo hacia el antílope.
La niña descubrió en otra ocasión, que en el corazón de todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta, cada día se libra una batalla, entre un lobo negro y un lobo blanco, la victoria se decidirá  a favor de aquel lobo que más se alimente, por los propios pensamientos.
La niña, entendía entonces, que era su obligación y deber rezar todas las mañanas para que los lobos no devoraran a sus padres.
Y así lo hizo, a partir de ese mismo momento, después incluyó en sus oraciones, a hermanos, familiares y amigos.
A pesar de los rezos, sus padres sucumbieron ante los lobos y se separaron, dejando la familia dividida y añorando el tiempo que vivieron juntos.
La niña, llego a pensar que no había rezado con la fuerza suficiente para impedir lo sucedido, tomó entonces la firme decisión de rezar con tanta intensidad, para evitar que sus hermanos fueran devorados por los lobos, claro está, sin dejar de rezar también por sus padres.
Pero, sus hermanos se vieron involucrados en hechos delictivos, uno fue asesinado, el otro recluido en prisión y el último víctima de las drogas.
La niña entonces quedo desolada, “¡es culpa mía pensó!”, “no he tenido la fuerza y la decisión del antílope, para rezar y evitar que mis  padres y hermanos fueran devorados por los lobos”.
La niña, conoció a un niño, se enamoró y se casaron, decidió entonces que rezaría por su esposo para que los lobos no lo devoraran como había acontecido con sus padres y hermanos.
Entonces tuvo sus propios hijos y claro que también a ellos los enseño a rezar, igual que ella lo hacía.
Pero a pesar de los rezos el marido la abandonó y se quedó sola con sus hijos.
Se culpó con rabia, coraje y dolor por no lograr rezar con la vehemencia necesaria para que todo resultara como ella lo esperaba.
Tomó la decisión de que aun cuando en ello se le fuera la vida entera, rezaría con alma, y corazón,  para que a sus hijos no los devoraran los lobos, como sucedió con sus padres, hermanos y esposo.
Pero… los hijos crecieron, se casaron y cada cual llegado su momento tomó la decisión de hacer su propia vida, la niña entonces se quedó  abandonada.
La niña se preguntaba qué fue lo que hizo mal, ¿por qué a pesar de su convicción y decisión, no logró evitar que los lobos devoraran a sus seres queridos? Pero no encontraba la respuesta y esta duda la atormentaba.
Aun así seguía rezando por sus padres, hermanos, esposo e hijos.
La niña está ahora en un asilo, su cabello totalmente blanco, la piel marchita y el paso cansado, pero algo luce en ella, sus labios se curvan en una beatifica sonrisa y su ser emana una dulzura, confianza y paz, que todos a su alrededor la buscan ansiosos de conversar con ella, quién la encuentra, jamás se marcha con los manos vacías,  se lleva al menos una palabra, una oración, o una sonrisa.
La niña aprendió en el ocaso de su vida, que nadie, nadie puede jamás rezar por el otro, es una decisión que debe tomar cada cual, y desde hace mucho, mucho tiempo, ya no reza por los padres, los hermanos, el esposo, o los hijos.
Pero continúa rezando, sólo para ella, cada día da gracias, como el antílope y reza para que los lobos no la devoren.
Por su alegría y su semblante de paz, sabe que al menos esta batalla, día con día, la ha ganado, y no pide más, sabe que finalmente ha evitado que los lobos devoren su propio corazón...
La niña.



domingo, 17 de mayo de 2015

PIRATAS EN EL ALAMBRE.
Francisco Márquez  Razo.

Hubo un tiempo en que la palabra: Pirata, imponía respeto y en muchos corazones infundía temor.
Los piratas eran expertos en el arte del engaño, cualquier truco o acto de ilusión que les permitiera seguir aterrorizando a los demás lo empleaban con singular maestría.
Y si bien esto demuestra que los piratas eran perversos y decididamente malvados, ya que sus delitos los volvían famosos y eso les permitía que en su honor se contaran historias y se cantaran canciones, pero desde luego su mayor característica es que también eran terriblemente astutos e inteligentes.
La sociedad desesperada obligo a sus autoridades a emitir leyes y decretos para perseguir y exterminar a los piratas, y así la paz y tranquilidad volvió a reinar.
Bueno, eso creíamos, pues lo decíamos líneas arriba: Los piratas son astutos.
El asunto fue prácticamente sencillo, con el dinero que habían obtenido de sus fechorías, se despojaron de sus clásicas vestimentas y se disfrazaron de patriotas.
En nuestro tiempo la piratería está en todos lados y por todas partes, tanto que hoy no solamente la toleramos, sino que nos hemos acostumbrado a ella, tanto que incluso la adoptamos y vive en nuestra propia casa.
Es un juego que todos jugamos; los ciudadanos pagan por ella, las autoridades se cubren los ojos, se tapan los oídos, cierran la boca, la niegan, dicen que no existe aun cuando se llenan los bolsillos por fingir demencia.
Pierde el comercio formal, los comerciantes, los creadores y también los industriales, los piratas ganan y ahora se disfrazan de empresarios, atacan de nuevo y ahora sin piedad mediante; películas, discos, cigarros, libros, vinos y hasta medicamentos, no hay actividad comercial, ni producto de consumo masivo que no tengan dominado y controlado, incluso se disfrazan de políticos, policías o clérigos.
La piratería ha secuestrado la verdad, la moral, la ética, la conciencia de muchos seres humanos, y a cambio nos ofrece: más y más piratería.
La piratería es una epidemia que a todos nos ha infectado, es lo más cercano a la Divinidad, pues está en todas partes; ante nuestros ojos, ambulante, en las redes sociales, discretamente o descaradamente en locales establecidos, ya lo diría un físico famoso: “La piratería no se crea ni se destruye, se transforma”.
Además no es necesario buscarla, ella te encuentra a ti.
Pero lo lamentable no es que cambie, sino que en ese proceso nos ha transformado también a nosotros y ahora gustosamente la adquirimos y consumimos, con prohibido placer.

Como prueba debo decirte qué estás líneas las escribí con una pluma pirata y desde luego en una libreta pirata y después la capture en una Lap-top pirata, con software pirata y tal vez eso me convierta ni más ni menos que en un escritor pirata.

jueves, 14 de mayo de 2015

EL BAÑO DEL ELEFANTE.
Francisco Márquez Razo.

                                         Me sorprendió intensamente observar los hábitos de los elefantes y uno qué más llamó mi atención fue observar el ritual del baño, aproximadamente una hora aquel enorme animal sumergido en el agua limpiándose y aseándose concienzudamente, lo qué no logré entender fue lo que sucedió después, apenas salió del agua se acercó a dónde se encontraba una gran cantidad de tierra suelta y sin más ni más se revolcó a conciencia, cubriéndose de tierra, polvo y lodo totalmente.
Me tranquilizó pensar qué estas actitudes irracionales e incomprensibles solamente eran parte de la naturaleza animal, nosotros somos seres pensantes y jamás haríamos algo parecido, limpiarnos para después ensuciarnos, es ilógico, bueno eso creí.
Un domingo por la mañana, después de una noche de parranda, mi padre se levantó y entró a tomar un baño, desayunamos, no sin antes agradecer por los alimentos recibidos, orando en silencio, su rostro mostraba la preocupación de los gritos e insultos proferidos bajo el influjo del alcohol a mi madre y desde luego también a mí, posteriormente acudimos a la misa dominical, él se alejó para confesarse y al regresar su cara se veía más tranquila, incluso puedo decir que en paz, tanto qué se tomó la molestia de abrazarnos, después comulgó relajadamente y salimos radiantes.
La comida en familia auguraba una tarde de alegría, pero entonces bebió de nueva cuenta y se repitieron los gritos, después los insultos y finalmente los golpes.
Recordé entonces y a mi pesar el baño del elefante.
Desde entonces percibo está actitud por doquiera, en la política, en la religión, en la sociedad, en las escuelas, en las instituciones, las familias y en las personas.
La dieta de los mexicanos está basada en el ajo y en el agua, esto es ajoderse y aguantarse, triste realidad.
Con los políticos que en los medios hablan de apoyar a los ciudadanos, desgarrándose las vestiduras, para que los veamos rechinando de limpios y después dándonos de puñaladas por la espalda con sus nuevas leyes, adiciones y reformas a la constitución, ni más ni menos; el baño del elefante.
En la religión con aquellos ministros que le piden a su pueblo que soporte y aguante, que siga con su dieta de ajo y agua, que la pobreza es digna de padecerse, mientras ellos aparecen luciendo ostentosas joyas, conduciendo vehículos de lujo y desde luego sin muestras de padecer hambre o necesidad alguna, ¿será el baño del elefante?
En las instituciones que pregonan y predican la transparencia para todos menos para ellos, o en las de seguridad dónde aún tienen el cinismo de confesarnos que los elementos no han pasado los candados de seguridad y confianza.
En las familias, que dejan la educación de sus hijos a todos, excepto ellos mismos, que prefieren que extraños les llamen la atención y así se evitan las molestias de hacerlo,  o que cualquiera les indique el camino a seguir, que los colocan frente a un monitor de televisión o internet, para que aprendan, argumentan que los hijos de hoy necesitan libertad y amigos, yo creo que lo que necesitan son padres.
A tu alrededor observas personas que a pesar de todo siguen realizando el baño del elefante, está situación me ha obligado y espero no sea tarde a observarme e intentar no incurrir en este tipo de hábito de limpieza.
Me pregunto si existirá algún ser humano que pueda presumir, que al menos un año, un mes o un simple día de su vida no ha tomado el baño del elefante.






lunes, 11 de mayo de 2015

JUSTAMENTE, INJUSTO.
Francisco Márquez Razo.

Acompañaba a mi primo Eduardo, qué venia de Estados Unidos a vacacionar y de paso aprovechar su estancia para realizar un trámite en el supremo tribunal de justicia.
Debo decir que me sentía lleno de orgullo por su compañía, pues se había graduado en una de las universidades más prestigiosas de América del norte, como licenciado en derecho internacional.
Nos estacionamos por la calle Negrete, entre Zaragoza y Bruno Martínez, cada cual en su vehículo y exactamente uno detrás del otro, depositamos monedas en el parquímetro que tiene un límite de dos horas y verificamos que el reloj de pulso marcaba las diez y quince de la mañana, ¿será suficiente el tiempo? pregunté.
Sí, me comento confiado Eduardo, no creo que tardemos más de una hora.
Desafortunadamente la diligencia nos llevó más tiempo del esperado y en el preciso momento que regresábamos por los autos, estaba ya un guardia de parquímetros realizando la infracción al auto de mi primo, mi sorpresa fue mayor al descubrir que en el parquímetro que me correspondía, todavía tenía quince minutos de tiempo, esto me indigno y entonces le reclame al guardia; qué sus aparatos no funcionaban correctamente, puesto que habíamos colocado las monedas al mismo tiempo y era obvio que se estaba cometiendo una injusticia en contra de Eduardo, y qué yo no estaba dispuesto a permitirlo, menos cuando me encontraba en compañía de un profesional del derecho, faltaba más, faltaba menos, qué triste impresión se llevaría de nuestra ciudad por estos penosos detalles.
Tomé fotografías de los aparatos y del mismo encargado del parquímetro, agente de la injusticia le llamé, puesto que se negó a proporcionarme su nombre y no accedió a devolver la placa, alegando que ya había realizado la infracción, le dije unas cuantas verdades, qué omito por educación, me trasladé en compañía de mi primo a la oficina de estacionometros, donde hice alarde de elocuencia en favor de que se reparará el daño qué habíamos sufrido y en un vano intento de restaurar el honor de nuestra ciudad, pues de nada sirvieron mis intensos alegatos, así que desplegué mi abanico secreto de majaderías e improperios qué guardaba para una ocasión como está.
Mi primo me decía; ¡Paguemos y vámonos!
Yo me negué, sintiendo en mis manos la espada de la justicia y en el corazón la llama ardiente de la verdad, nos presentamos entonces en el tribunal de lo contencioso administrativo, dónde levante denuncia formal, contra está clara injusticia.
Eduardo volvía a pedirme: ¡Paguemos y vámonos!
Yo en cambio rebosaba satisfacción al permitirme defender abiertamente lo que a mis ojos era improcedente, además de indigno de un Duranguense qué ve y presencia un atropello y no hace nada, a insistencia de mi primo, y solamente para complacerlo, regresamos a pagar la infracción y recoger la placa, se marchó y yo tomé el camino a casa, sintiéndome un verdadero héroe, paladín de la justicia  y deseoso de compartirle a mi esposa la Quijotesca aventura que había vivido en defensa de lo justo.
Pero antes de informarle, me cuestiono efusivamente: ¿Cómo les fue? ¿Arreglaron sus asuntos?
Y me quedé textualmente sin palabras al escucharla decir: Pasé por la calle Negrete y observé que casi se terminaba el tiempo del parquímetro y para qué no te fueran a quitar la placa deposité una moneda.

¿Llegaste a tiempo?

sábado, 9 de mayo de 2015

LA NIÑA QUE AMABA LAS MUÑECAS.
Francisco Márquez Razo.

                           A la niña, le encantaba jugar con sus muñecas, cualquier momento del día era oportuno para hacerlo, su habitación se encontraba repleta de muñecas, limpias, ordenadas, cuidadosamente colocadas sobre sillones y estantes, platicaba con ellas, en fin se divertía tanto, que al verlas a ambas, uno sabía que las muñecas eran felices y claro la niña también  era  feliz con ellas.
Su madre veía con agrado esta devoción de la niña hacia sus muñecas y en su cumpleaños, navidad, día del niño y cualquier festividad, la niña esperaba recibir una muñeca.
Era difícil saber que aumentaba más si la colección de sus muñecas, o la felicidad de la niña por encontrarse rodeada de ellas.
Un día llegó de tierras lejanas la abuela de la niña y con la maravillosa noticia de que pasaría unas largas, largas vacaciones con su familia, esto le agrado a la niña, pues ahora además de sus muñecas, podría jugar con la abuela y divertirse como nunca.
Sin embargo a la abuela, no le agrado tanto esta desmedida afición de la niña por sus muñecas, discutió agriamente  a este respecto, si bien la madre, defendía el derecho de la niña a jugar con sus muñecas, fue la abuela quien dijo la última palabra; ¡Debemos encontrar la forma de que esta niña deje ya de jugar con muñecas y piense en crecer, no puede pasarse toda la vida comportándose como eso, como una niña!
Debe entender que madurar, es eso dejar atrás los juegos infantiles y enfocarse en prepararse para convertirse en adulto y buscar a toda costa ser feliz.
La abuela realizó el primer movimiento, intentando retirar las muñecas de la habitación de la niña, comentándole que debía ir pensando en regalar, las que ya no quisiera, puesto que tenía muchas, sin embargo la niña defendió a todas y cada una de sus muñecas, hasta que la abuela entendió que había perdido el primer encuentro.
A partir de ese momento, la niña escuchó mil y una razones por las cuales, no era positivo para su salud y bienestar, que tuviese tantas muñecas, la niña escuchaba por respeto, pero en el fondo no estaba dispuesta a perder una sola de sus más que amigas y compañeras.
La madre sólo se convirtió en un espectador en esta lucha, entre una niña por conservar sus muñecas y una abuela decidida, a que dejará de comportarse como una niña.
La abuela entonces decidió tomar medidas extremas; comenzó a relatarle espeluznantes historias de horror, en las cuales las muñecas cobraban vida y atacaban a sus dueñas.
Inclusive le comentó que ella misma había sido víctima de ellas, cuando era niña, puesto que le gustaban tanto, que dormía todas las noches rodeada de sus muñecas, y una madrugada despertó violentamente al sentir que una de sus muñecas, por cierto la favorita, intentaba ahorcarla con sus manitas de plástico, y que solamente gracias a la intervención de su padre, no logró que la ahogaran, así noche tras noche y relato tras relato, la mente de la niña, comenzó a llenarse de historias que poco a poco cambiaron sus tranquilos y felices sueños, en pesadillas donde se veía rodeada y acorralada por sus propias muñecas.
Para cerrar el capítulo con broche de oro, una noche la abuela se deslizó hacia la habitación de la niña y le colocó alrededor del cuello los brazos de una de sus muñecas y realizando cierta presión, la niña despertó sobresaltada y su abuela estaba ahí para retirar aquellos brazos, que según la abuela intentaban ahorcarla.
La niña entonces no se opuso a que la abuela retirará las muñecas de su habitación y las encerrará en un armario, después de atarles las manos con una cinta a todas y cada una de las muñecas, al día siguiente llevo a la niña a observar y descubrió aterrorizada que todas las muñecas se encontraban con las manos desatadas, claro que la abuela no le comentó que fue ella quien las desato, esto termino con la resistencia de la niña y acepto entonces que la abuela se deshiciera de todas y cada una de sus muñecas, para evitar que fueran a lastimar a la niña.
La niña, ya no tiene muñecas, sus sueños han vuelto a la tranquilidad, ya no ama a las muñecas, ahora las evita, sin embargo la niña no ha vuelto a divertirse, no sonríe y tampoco es feliz, solo en algunas contadas mañanas, despierta con una sonrisa en los labios, pues sueña que aún es niña y que en su habitación juega con sus muñecas, estos sueños no los comparte con nadie, ni siquiera con su madre, que curiosamente tampoco sonríe.
Solo la abuela se muestra satisfecha, pues gracias a su ayuda, su nieta ha dejado de comportarse como una niña y está en camino de convertirse en un adulto pleno y feliz, y claro ¡Para eso es la familia!



domingo, 3 de mayo de 2015

CAMINOS AL CIELO.
Francisco Márquez Razo.

                                                Caminando por estas benditas calles de Durango, me salió al encuentro un evento fuera de lo común, resulta qué frente la calle de Juárez en su cruce con 20 de noviembre, dos señores de edad y una jovencita discutían acaloradamente, la joven le reprochaba al señor su temeridad y falta de sentido común al cruzar las calles, sobre todo en el centro de la ciudad qué ya sabemos es bastante riesgoso, por los conductores de autobuses, qué en horas pico, hay que tener cuidado de verdad.
Intente charlar con él, pero el señor no me dio tiempo de decir palabra, frente a mis asombrados ojos y los de su nieta y esposa, se lanzó a cruzar la calle, como Pedro por su casa, un autobús apenas logró esquivarlo y dos vehículos se la recordaron con el claxon.
El señor sin inmutarse llegó a salvo a la acera opuesta, mientras con la mano le hacía señas a su esposa pidiéndole lo siguiera, claro que la señora tomó las debidas precauciones e igualmente nosotros antes de cruzar, la nieta me decía; ¡Lo ve, lo ve, ya no sé qué hacer!
Acompañe a las dos mujeres, hasta llegar con el señor, entonces le comente con riesgo de que me mandara a paseo, que porqué hacia esos alardes de temeridad, pero sonrió amablemente y después de conversar un rato, al fin me explicó; mire yo soy de rancho y ser así es parte de mi naturaleza, pero estas mujeres no me entienden, espero que usted si lo haga, y en pocas palabras se lo explicó. ¡Prefiero qué me atropellen por pendejo, a qué me atropellen por huevón!
La verdad, no supe qué responder, pues la lógica me parecía bastante respetable y así sin salir de mi sorpresa aquel señor prosiguió: ¿Y quiere saber un secreto? Me preguntaba.
-Desde luego, respondí.
Sabía usted que son precisamente los choferes de autobuses, los que tienen más probabilidades de ir al cielo.
-Pues mire yo no lo creo, la verdad es que esos señores son unos cafres, salvajes, arbitrarios y no sé cuántas cosas más decirles.
Mire se lo cuento; resulta que falleció un Obispo y al estar haciendo fila para ingresar al cielo, estaba frente a él, un tipo gordo, feo, con apariencia de gorila y la barriga de fuera, llega este sujeto con San Pedro y entonces le pregunta: ¿Dime tu nombre? -Juan Pérez.
Muy bien, a qué te dedicabas en Durango; ¡Pues era chofer de autobús urbano!
Checa su lista de ingreso San Pedro y le comenta: -Si aquí estás en mi lista, bienvenido y permíteme; chasquea los dedos y se abre una enorme puerta que deja ver la belleza del paraíso, se acercan doce féminas de angelical belleza que portan para el recién llegado una túnica dorada, bellamente decorada y exactamente a la medida de Juan Pérez, le entregan un arpa de oro puro y así entre cantos y muy bien acompañado, entra aquel señor al cielo.
El obispo al observar este recibimiento para el chofer, se hincha el pecho de orgullo, esperando para el nada más y nada menos que el propio Dios llegará a recibirlo.
Le preguntan entonces: ¿Cuál es tú nombre? Leonardo de las altas Torres y Mayorga.
Muy bien y cual era tu actividad en la tierra; ¡Obispo de la iglesia!
Es correcto, aquí tengo tu ingreso, de nueva cuenta chasquea San Pedro los dedos, y se abre entonces una pequeña puerta así como las de emergencia en algunos antros, aparece una dama que parecía empleada doméstica de colonia popular, como si fuera damnificada del Huracán Manuel e Ingrid juntos, con apenas un pedazo de túnica deshilachada y un arpa sin cuerdas, obviamente el obispo se enciende y le reclama airadamente a San Pedro; ¡Aquí debe de haber un error señor mío! No es posible que a ese mugroso chofer de autobús urbano, le brinden ese cálido recibimiento y a mí, que he dedicado mi vida a la iglesia, se me trate de esa manera, yo si tengo los méritos suficientes para entrar al paraíso, ese tipo no.
San Pedro entonces le explica; mira no hay ningún error, es cierto que predicaste en la misa todos los domingos, estos últimos veinte años, pero resulta que tu sermón era tan aburrido y todos los asistentes se dormían.
En cambio todos los que se subían al autobús en cuanto Pedro comenzaba a manejar,  sin excepción se ponían a rezar, así que aquel tiene más méritos que tú.

Otra lógica respetable y por si las dudas estoy muy atento al cruzar las calles.

  ¡Todo está bien! Francisco Márquez Razo.              Vi a un hombre acribillado en la calle, me sentí triste, después escuché...