La plaza
Francisco Márquez Razo
Tiene
mi ciudad,
antigua
plaza,
céntrico
oasis verde
entre
acero,
asfalto
y concreto.
Es
la más popular
por
quienes la frecuentan,
el
tema por lo general
es
matar el tiempo,
dicen
no hay nada más sano,
y
si bien su nombre es otro
los
más antiguos y asiduos
le
dicen y la llaman:
La plaza de los palos caídos.
Un
día de aburrido descanso
decidí
visitarla,
solamente
dedicarme a mirar,
satisfacer
morbosa curiosidad,
esto
fue lo qué observé:
Grupos
de adultos y ancianos
en
momentos contemplativos,
viendo
pasar la vida
con
resignación filosófica.
Joven
pareja de novios
sentados
en la misma banca
sin
mirarse a los ojos
ni
dirigirse la palabra
conversando
sin parar
a
través del celular.
Madres
molestas
por
los puentes escolares
pues
tendrán en casa
a
sus hijos que soportar.
Cantidad
de vendedores ambulantes a
pie,
incluso
en bicicleta
ofreciendo
variedad desmedida
de:
Semillas, frutas,
productos
milagro
para
cualquier enfermedad,
jugos,
memorias,
periódicos,
paletas,
aguas
de sabores, gorditas,
sin
faltar; la invisible piratería.
Prostitución
femenina
también
masculina,
pedigüeños
por necesidad
pordioseros
de oficio,
un
par de policías esperando
no
a quién ayudan
sino
a quién chingan.
Gente
trabajando, ajena a todo,
otros,
los más,
sin
empleo
esperando
que llegue
caída
del cielo,
una
chamba,
personas
de prisa, atropellando
lo
que impida su paso,
áreas
verdes de color negro,
monumentos
con grafiti,
fuentes
sin funcionar
basura,
por todo lugar.
Varones
tirando baba
viendo
mujeres pasar,
damas
de toda edad
exhibiendo
con orgullo
el
cabello teñido,
pintado
en feroces colores,
qué
de sólo verlo
sientes
te arañan los ojos,
pasarelas
de tatuajes,
algunos
bellos, artísticos,
otros,
groseramente vulgares.
Humanos
enajenados
por
la mística
y
omnipresente internet
idolatras
de la santa computadora,
la
bendita tableta,
del
codiciado teléfono inteligente,
pidiendo,
rogando, rezando:
¡No
nos dejes caer en la tentación
de
ver y apreciar la realidad
ahora
y en la hora de nuestra vida; amén!
Tal
vez sólo una plaza
quizás
lugar común
son
estos botones
igual
que en el espejo
reflejo
de una sociedad,
es
delicia de los políticos
pues
igual que sucede ahí,
así,
exactamente vivimos:
¡Con
los palos caídos!