Hay
días.
Francisco Márquez
Razo.
Hoy es uno de esos
días, tal vez el más terrible, el más doloroso de estos últimos años, no
encuentro una salida, en mi desesperación salgo a caminar, a pesar de que es la
hora en que el sol cae sin piedad, el pueblo entero está desierto, así es
mejor, pues nadie me saldrá al paso e intentara una boba conversación, charlar,
solo por hablar; ¡Qué fastidio!
Tomó la vereda hacia
las labores, la naturaleza no busca conversar conmigo, prefiero las hierbas y
las plantas en lugar de las personas.
Creo que es mi peor
día, todo lo negativo se da cita en la mente, mis pensamientos son de confusión
y tristeza, sé qué no lograré superarlo, me dejo caer vencido sobre el
polvoriento suelo y me abandono a todo.
Pero, algo interrumpe
mi oasis de lamentación y miseria, un aroma débil, pero que conozco
perfectamente llega hacia mí, inundando mi espacio de sabor, me incorporo y
volteo hacia todos lado, giro en 360 grados, buscando el origen de ese
delicioso olor que la calma del aire esparce a mi alrededor, cubriéndome con su
delicado perfume, la sonrisa se desgrana en mi rostro pues lo veo, camino hacia
él, sin importarme que el sol me deshidrata, me dejo llevar, aspiro el aire
hasta llenar los pulmones a toda su capacidad de recuerdos, distingo los frutos
e imagino que son pequeños soles iluminando mi campo visual, mi boca se hace
agua diluyéndose en goloso deseo, los tomo codiciosamente y muerdo
lujuriosamente, la fruta estalla en mi interior y entonces la tarde, el aire,
el sol, la vida, me sabe y huele a guayaba.
Al tercer fruto me
detengo, recuerdo entonces el enmielado aroma del dulce de guayaba que
elaboraba mi abuela, el calor de los frascos al envasarlo y lograr conservarlo,
mermelada, jalea, ate, el irresistible deseo de probarlo aún caliente y la voz
de ella: ¡Niño, no metas los dedos!
Ese dulce era el más
anhelado premio de aquellos días, observo el fruto a medio comer entre mis
manos y me parece escuchar las palabras de la abuela, envueltas en ese divino
aroma: ¡pase lo que pase, no te detengas y sigue adelante!
El calor de la tarde se
retira poco a poco, sonrió entonces y me dispongo a marcharme, sonrió, sé qué
debo seguir adelante a pesar de todo, a pesar de mis propios temores, y lo hago
no sin antes llenarme las bolsas del pantalón con frescas guayabas, pequeños
soles para mi oscuridad, y disfrutar su olor en cada uno de mis pasos, pues; ¡pase
lo que pase, no me detendré y seguiré adelante!