lunes, 30 de mayo de 2016

Hay días.
Francisco Márquez  Razo.         
Hoy es uno de esos días, tal vez el más terrible, el más doloroso de estos últimos años, no encuentro una salida, en mi desesperación salgo a caminar, a pesar de que es la hora en que el sol cae sin piedad, el pueblo entero está desierto, así es mejor, pues nadie me saldrá al paso e intentara una boba conversación, charlar, solo por hablar; ¡Qué fastidio!
Tomó la vereda hacia las labores, la naturaleza no busca conversar conmigo, prefiero las hierbas y las plantas en lugar de las personas.
Creo que es mi peor día, todo lo negativo se da cita en la mente, mis pensamientos son de confusión y tristeza, sé qué no lograré superarlo, me dejo caer vencido sobre el polvoriento suelo y me abandono a todo.
Pero, algo interrumpe mi oasis de lamentación y miseria, un aroma débil, pero que conozco perfectamente llega hacia mí, inundando mi espacio de sabor, me incorporo y volteo hacia todos lado, giro en 360 grados, buscando el origen de ese delicioso olor que la calma del aire esparce a mi alrededor, cubriéndome con su delicado perfume, la sonrisa se desgrana en mi rostro pues lo veo, camino hacia él, sin importarme que el sol me deshidrata, me dejo llevar, aspiro el aire hasta llenar los pulmones a toda su capacidad de recuerdos, distingo los frutos e imagino que son pequeños soles iluminando mi campo visual, mi boca se hace agua diluyéndose en goloso deseo, los tomo codiciosamente y muerdo lujuriosamente, la fruta estalla en mi interior y entonces la tarde, el aire, el sol, la vida, me sabe y huele a guayaba.
Al tercer fruto me detengo, recuerdo entonces el enmielado aroma del dulce de guayaba que elaboraba mi abuela, el calor de los frascos al envasarlo y lograr conservarlo, mermelada, jalea, ate, el irresistible deseo de probarlo aún caliente y la voz de ella: ¡Niño, no metas los dedos!
Ese dulce era el más anhelado premio de aquellos días, observo el fruto a medio comer entre mis manos y me parece escuchar las palabras de la abuela, envueltas en ese divino aroma: ¡pase lo que pase, no te detengas y sigue adelante!

El calor de la tarde se retira poco a poco, sonrió entonces y me dispongo a marcharme, sonrió, sé qué debo seguir adelante a pesar de todo, a pesar de mis propios temores, y lo hago no sin antes llenarme las bolsas del pantalón con frescas guayabas, pequeños soles para mi oscuridad, y disfrutar su olor en cada uno de mis pasos, pues; ¡pase lo que pase, no me detendré y seguiré adelante!

  ¡Todo está bien! Francisco Márquez Razo.              Vi a un hombre acribillado en la calle, me sentí triste, después escuché...