Morir
antes de nacer
Francisco Márquez Razo
Ahí
estabas, sentada en la banca de la plaza, sé qué esperabas, pues a distancia te
observé, yo, vagaba como siempre, las soledades se atraen, me senté a tu lado,
las sonrisas dijeron todo, no recuerdo que conversamos, quizás no hablamos,
pero esa tarde dejamos de ser solitarios.
Por
la noche, te soñé, sentada en la banca, parecías muñequita en aparador, no sé,
si tú también me soñaste.
Nos
volvimos a encontrar; la misma hora, la misma banca, la misma plaza, no sabía
que decirte, de hecho hablábamos poco, bastaba estar juntos, después nos
tomamos de la mano, caminamos en silencio hasta tu casa, tu casa siempre sola,
no tenías papá y mamá trabajaba todo el día, mi caso no era mejor, mi madre nos
había abandonado años atrás y mi padre se había refugiado en el alcohol.
Y
yo, qué nunca tuve un hogar, mi casa eras tú.
Dejaste
de ir al colegio, el día, la tarde, la noche, fue nuestra.
A
tu lado se desmoronaba el pasado, no existía el futuro, solo el presente, tú, y
yo.
Nos
escondíamos de las miradas morbosas, tú casa en la orilla de la ciudad, fue
refugio, cómplices que aprendimos a jugar, ese juego que tanto nos gusta,
contigo moría y volví a nacer.
Vivía
por ti y para ti, supongo que eso es el amor, no pensar solo sentir, no
necesitábamos más, nada nos hacía falta, después de todo no poseíamos nada,
solo éramos tú, y yo.
Y,
sin saber cómo, enfermaste, poco pude hacer; las fiebres, los vómitos, tus
constantes dolores, yo, solo veía y creo que también enfermé a tu lado.
Lo
peor fue cuando te aliviaste, no sabíamos que hacer, a quién recurrir,
estábamos solos, siempre solos.
Pensé
que morías y quería morir contigo.
Estábamos
abrazados cuando llegó la policía, derribaron la frágil puerta de nuestra casa,
tú no tenías fuerza, solo llorabas quedamente, yo estaba tan débil que no logré
levantarme, el miedo me congelaba, miedo por mí y miedo por ti, por nosotros.
Luces,
ruidos, personas desconocidas haciendo preguntas que no sabía responder,
miradas de asombro, de perverso morbo nos cubrían, te llevaron en una
ambulancia, supongo que a un hospital, quería ir contigo, pero no me lo
permitieron, me subieron a una patrulla esposado y me trajeron a la cárcel.
Me
escuchaban y se sorprendían, pero seguía llegando gente y seguían preguntando.
Conocí
a tu madre, pedía gritando que me muriera, que me fuera al infierno, me dijeron
también que mi padre no quería verme, supongo que era verdad, pues nunca se
presentó, nadie me decía dónde estabas, cómo estabas, deseaba verte, me hacías
falta, quería estar contigo, que fueras siempre mi casa.
En
el tribunal, la jueza me pregunto por qué lo hicimos, y yo, no sabía explicar.
Tampoco
entendí que los sorprendió más; escuchar que la bebé nació de noche, que tu
sola te aliviaste, que no sabíamos que hacer, que se murió no sé por qué,
quizás nació así, nunca vimos sus ojos, que la envolví en la cobija llena de
sangre, de tu sangre, que la metí en una maleta vieja, que la llevé a tirar al
basurero, que no me di cuenta que mi ropa estaba llena de sangre, y no me
importo que me viera la gente, que regresé para ayudarte, aunque no sabía cómo
hacerlo.
No
sé si fue eso, o cuando me preguntaron: ¿Cuántos años tienes? Y respondí: yo 15
y ella 13.