LA NIÑA DEBÍA REZAR TODAS LAS MAÑANAS PARA QUE LOS LOBOS NO DEVORARAN A SUS PADRES.
Francisco Márquez Razo.
La niña leía un día que en algún lugar de este planeta los antílopes
rezaban cada amanecer a su creador de esta forma:
“O creador de todas las cosas, danos la velocidad, la
resistencia y el valor de luchar, para que el león, no nos devore y logremos al
menos este día, sobrevivir”.
-Y esto le agradó. Pero descubrió que igualmente el
león rezaba a su creador de esta manera: “Creador de todas las cosas, permíteme
este día, ser más rápido, certero y despiadado que ayer, para cazar al antílope
y sobrevivir”.
Entonces se preocupó, porque entendía que de alguna forma ambos tenían
la razón y que solamente la voluntad de uno, u otro, definiría el éxito en esa
batalla por la sobrevivencia.
Decidió entonces rezar igual que lo hacia el antílope.
La niña descubrió en otra ocasión, que en el corazón de todos y cada uno
de los seres humanos que habitamos este planeta, cada día se libra una batalla,
entre un lobo negro y un lobo blanco, la victoria se decidirá a favor de aquel lobo que más se alimente,
por los propios pensamientos.
La niña, entendía entonces, que era su obligación y deber rezar todas
las mañanas para que los lobos no devoraran a sus padres.
Y así lo hizo, a partir de ese mismo momento, después incluyó en sus
oraciones, a hermanos, familiares y amigos.
A pesar de los rezos, sus padres sucumbieron ante los lobos y se
separaron, dejando la familia dividida y añorando el tiempo que vivieron
juntos.
La niña, llego a pensar que no había rezado con la fuerza suficiente
para impedir lo sucedido, tomó entonces la firme decisión de rezar con tanta
intensidad, para evitar que sus hermanos fueran devorados por los lobos, claro
está, sin dejar de rezar también por sus padres.
Pero, sus hermanos se vieron involucrados en hechos delictivos, uno fue
asesinado, el otro recluido en prisión y el último víctima de las drogas.
La niña entonces quedo desolada, “¡es culpa mía pensó!”, “no he tenido
la fuerza y la decisión del antílope, para rezar y evitar que mis padres y hermanos fueran devorados por los
lobos”.
La niña, conoció a un niño, se enamoró y se casaron, decidió entonces
que rezaría por su esposo para que los lobos no lo devoraran como había
acontecido con sus padres y hermanos.
Entonces tuvo sus propios hijos y claro que también a ellos los enseño a
rezar, igual que ella lo hacía.
Pero a pesar de los rezos el marido la abandonó y se quedó sola con sus
hijos.
Se culpó con rabia, coraje y dolor por no lograr rezar con la vehemencia
necesaria para que todo resultara como ella lo esperaba.
Tomó la decisión de que aun cuando en ello se le fuera la vida entera,
rezaría con alma, y corazón, para que a
sus hijos no los devoraran los lobos, como sucedió con sus padres, hermanos y
esposo.
Pero… los hijos crecieron, se casaron y cada cual llegado su momento tomó
la decisión de hacer su propia vida, la niña entonces se quedó abandonada.
La niña se preguntaba qué fue lo que hizo mal, ¿por qué a pesar de su
convicción y decisión, no logró evitar que los lobos devoraran a sus seres
queridos? Pero no encontraba la respuesta y esta duda la atormentaba.
Aun así seguía rezando por sus padres, hermanos, esposo e hijos.
La niña está ahora en un asilo, su cabello totalmente blanco, la piel
marchita y el paso cansado, pero algo luce en ella, sus labios se curvan en una
beatifica sonrisa y su ser emana una dulzura, confianza y paz, que todos a su
alrededor la buscan ansiosos de conversar con ella, quién la encuentra, jamás
se marcha con los manos vacías, se lleva
al menos una palabra, una oración, o una sonrisa.
La niña aprendió en el ocaso de su vida, que nadie, nadie puede jamás
rezar por el otro, es una decisión que debe tomar cada cual, y desde hace
mucho, mucho tiempo, ya no reza por los padres, los hermanos, el esposo, o los
hijos.
Pero continúa rezando, sólo para ella, cada día da gracias, como el
antílope y reza para que los lobos no la devoren.
Por su alegría y su semblante de paz, sabe que al menos esta batalla,
día con día, la ha ganado, y no pide más, sabe que finalmente ha evitado que
los lobos devoren su propio corazón...
La niña.
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