FILIJ
31…La causa fuiste.
Francisco Márquez Razo.
Antes
de conocerte:
Octubre 2011, un mes que marcaría mi
vida positivamente, desde luego que no tenía la menor idea de lo que sucedería
aquella tarde cuando llamó Rolando por teléfono, para invitarme a acompañarlo a
la FILIJ 31, no dudé en aceptar, a
pesar de que sería una semana completa y la negociación con mi esposa fue
complicada: ¡Actividades de lectura siete días y en la ciudad de México, cómo
no!
Y lo hermoso de un viaje, es
precisamente esperar lo inesperado, lo sorpresivo y ¡vaya qué lo tendría!
Para iniciar, y con incredulidad de mi
parte, Rolando llegó temprano a la central de Autobuses, cosa insólita en él,
de hecho ahora qué lo recuerdo, en la fecha qué escribo esto Febrero del 2016,
no ha vuelto a suceder, conocí ahí a nuestro compañero de aventuras:
Bernardino, mediador de lectura y maestro en Nuevo Ideal.
En mi caso viajar de noche resulta
cansado, pues me es difícil conciliar el sueño, ayudó un poco qué el autobús
estaba a la mitad de su capacidad y eso permitió qué nos instaláramos más
cómodamente.
Amanecía, en una mañana fresca y
agradable cuando llegamos al D.F., desayunamos con apetito y nos preparamos a
continuar, confiábamos en el conocimiento de la enorme ciudad de México por
parte de Rolando qué había realizado el mismo viaje infinidad de veces y se movía
con una confianza digna de un guía de safari.
Así que Bernardino y yo, no dudamos en
absoluto cuando nos propuso hacer el recorrido hasta el hotel en metro, estamos
a unos pasos de la entrada -decía- y nos bajaríamos a escasas dos o tres
cuadras de nuestro destino, además era domingo y eso permitía que la ciudad
estuviera un poco más tranquila para disfrutarla en toda su imponente
majestuosidad, nos acomodamos el equipaje y echamos a andar.
Llevaba la clásica maleta de regular
tamaño con rueditas, una mochila en la espalda, maletín con Lap-top en el
hombro derecho y una maleta colgando del hombro izquierdo, sin faltar el libro:
El espejo enterrado, de Carlos Fuentes,
apretado con la mano izquierda.
Después de algunas decenas de minutos
descubrí qué para Rolando no solamente el tiempo, resultaba relativo, sino
también las distancias, pues eso de unos pasos me había resultado mucho,
muchísimo más.
Realizamos el primer transbordo, los
túneles y pasillos, con sus giros, subidas y bajadas, líneas rectas de maratón
y escaleras inapropiadas, me recordaron aquél laberinto de Creta, pero si el
primer transbordo resultó cansado, el segundo parecía interminable, comenzamos
entonces a cuestionar aquella decisión de viajar en el metro, finalmente y
después de escuchar al menos una treintena de vendedores en su mayoría de
discos piratas con los mejores éxitos de este y aquél grupo, y una variedad
intensa de artículos, Rolando anunció: ¡en la siguiente estación bajamos!
Salimos con renovado optimismo a la
avenida Cuauhtémoc, volteando hacia ambos lados buscando ansiosamente con la
mirada el anhelado hotel y la delicia de librarnos del equipaje, qué en la
última hora aumentaba su peso extrañamente, fueron minutos de tensión pues
nuestro guía no se decidía, si por la izquierda o por la derecha, nos miraba y
mostrando su mejor sonrisa dijo: ¡nos equivocamos, no lo van a creer pero nos
bajamos antes!
¿Nos bajamos?
Se acercó a un mapa de las estaciones
qué se encontraba en la acera y después de observarlo con la mirada de un experimentado
viajero, sin dejar de sonreír exclamó: ¡miren estamos aquí, aquí en este
puntito y solamente debemos seguir por la avenida hacia allá y en unas cuadras
llegaremos!
Eso de: en unas cuadras, me causo
escalofrío, y sin tener la menor confianza, reiniciamos a caminar.
Media hora después se confundían las
ideas, yo deseaba darle una patada en el trasero a Rolando y Bernardino un par
de cachetadas, Rolando adivinando nuestras intenciones, se mantenía cinco pasos
delante de nosotros.
El agotamiento nos alcanzó, nos
estacionamos sobre la banqueta intentando no obstruir el libre tránsito, y
colocamos el trasero en las maletas, -tomemos un taxi- pedía Bernardino.
En unas cuadras llegamos, agregó
Rolando.
Yo guardé profundo silencio.
La voz efusiva de una santa samaritana
nos regresó al momento: ¿ustedes son sacerdotes verdad?
Reímos divertidos y le aclaramos al
menos en cinco ocasiones qué no, pero siguió con su idea, preguntó después a
dónde nos dirigíamos, nuestro guía le explicó, nos regaló una mirada de
compasión y agregó: ¡no pueden seguir de frente, los domingos se instala un
tianguis y bloquea el paso! Deben seguir por la lateral y así podrán cruzar por
el medio del tianguis y posteriormente reincorporarse a la avenida para
encontrar su hotel, conozco el camino y voy por ese rumbo, síganme y los
encamino, para qué ya no anden batallando.
Nos incorporamos cómo impulsados por un
resorte y comenzamos a andar detrás de aquella dama enviada por el cielo en
nuestro auxilio – a pesar de no ser sacerdotes- efectivamente cruzamos un
tianguis que a izquierda y derecha parecía no tener fin, de verdad resultaba
intimidante.
Para entonces ya no cargamos las
maletas, ellas nos arrastraban a nosotros, pero por orgullo norteño, no
emitíamos queja alguna frente a la mujer, sonreímos satisfechos cuando anunció:
¡allá está su hotel, yo aquí me quedo! Pero entonces le preguntaba a Rolando:
¿cómo dice qué se llama su hotel? Aquél le dio el nombre y nuevamente nos veía
con un sentimiento de compasión al exclamar: ¡Con la pena, pero me equivoque,
este no es el hotel qué buscan! Está unas cuadras más allá, miren sigan por
aquí,-señalando hacia la izquierda- unas cuantas calles y saldrán de nuevo
hacia la avenida, dan vuelta a la derecha y ahí estará su hotel ¡qué pasen un
buen día!
Deseamos entonces ser sacerdotes y
excomulgarla, además de nominarla para ser llevada a la hoguera,-pinche vieja,
pronuncio Rolando- nos vio la cara de provincianos agregó Bernardino, tomemos
un taxi, -supliqué- yo lo pago.
¡No! Gritó Rolando, estamos a punto de
superar está prueba y no nos vamos a rendir ahora, sigamos qué estamos a “unos
pasos” de llegar.
Esas palabras me aterraron, Bernardino
protestó; ¡venimos a la FILIJ, o vamos a hacer casting para el maratón de
caminata!
Yo sólo exclamé: ¡pinche Rolando!
La gente qué pasaba a nuestro lado
imaginaria que éramos un trio de damnificados, o candidatos derrotados en la
elección, por nuestra cara de cansancio, caminábamos mirando las
irregularidades de las banquetas a nuestro paso, Rolando dijo: ¡Miren ahí está
nuestro hotel! No se los dije, si ya casi habíamos llegado.
Se adelantó para realizar los registros,
fue algo así como el arcoíris después de la tormenta la vista de aquel
edificio, la tierra prometida, llegamos a tiempo de escuchar al encargado en
turno decirle a Rolando: ¡Lo siento, pero hasta las tres de la tarde podrán
ingresar a sus habitaciones!
En un movimiento sincronizado volteamos
a ver el reloj de la pared; apenas las doce, -cielos pensé- nos llevó cuatro
horas llegar hasta aquí, Bernardino y yo, nos dejamos caer sobre un cómodo sofá
qué invitaba al descanso, Rolando explotó y está fue otra sorpresa, pues nunca
imaginé qué fuera capaz de hacer un escándalo, pidió hablar con el supervisor,
con el gerente, el director e incluso con los accionistas y socios del hotel, a
quienes señalaba de inútiles y otras lindezas, sin resultado, después cambio el
tono del discurso y decía qué pagaría la diferencia de su bolsillo, para que
pudiésemos instalarnos de una buena vez,
también sin resultado, la última persona que salió a escucharlo, con una
tranquilidad digna de un sordo, le preguntó:¿ de dónde vienen? De Durango,
aclaró Rolando, después volteo a ver a su compañero con una mirada que parecía
decir: ¡pobrecitos, vienen de la provincia, toléralos!
Nos permitieron, en un gesto de cortesía
guardar las maletas en una bodega, en tanto llegaba la hora de registrarnos.
¿Qué hacemos en tanto, nos decía nuestro
guía?
Pues si nos quedamos en el sillón es
probable que nos venza el sueño.
Bernardino nos confesó, qué anhelaba
visitar el museo de cera, solicitamos información de su ubicación e
irónicamente se encontraba a espaldas de dónde habíamos bajado del metro, así
qué ahí vamos de regreso y caminando, claro que al no llevar las maletas,
avanzábamos más confiados, aprovechamos para comer en el tianguis, visitamos no
uno sino dos museos, cortesía de Rolando para desagraviarnos, regresamos a
conocer nuestra habitación, un delicioso baño, y apenas nos recostamos para
dormir, sólo despertamos para cenar y a seguir soñando.
Al
fin, rumbo a la FILIJ.
En el desayuno al día siguiente, los
músculos de las piernas quejándose por la caminada, pasaron a segundo plano,
pues nos topamos con un torbellino de amistad y hospitalidad de un grupo de más
de ochenta mediadores de Salas de Lectura, qué procedían de prácticamente todo
el país, un huracán de vibras positivas, que nos puso de nueva cuenta las
pilas, partimos entonces hacia el centro nacional de las artes, escenario de la
FILIJ 31, un lugar impresionante, nos esperaban; charlas, conferencias,
talleres, pasillos dónde podríamos pasar horas caminando y olvidando las
molestias, con la belleza de los libros por doquier.
El conocer a tantos compañeros que igual
cómo lo hacíamos nosotros disfrutaban esta pasión por la lectura y los libros,
resulto una verdadera inyección de motivación, que se prolongaría durante
nuestra estancia, era un placer literario, una delicia casi orgásmica, un
paraíso textual.
Se instalaron cabinas para realizar
lecturas y tuvimos el privilegio de participar, el stand de Salas de Lectura
fue nuestra base de operaciones, nuestra isla de la fantasía, y nos brindó la
oportunidad de interactuar con un numeroso grupo de lectores, de diversas
partes de nuestro inmenso planeta, a la motivación se sumaba el crecimiento de
nuestra capacidad de asombro.
Sin embargo, desde el lunes había tenido
un sueño dónde me veía caminando y caminando en una banda sin fin y cargando
las maletas, al repetirse el martes, decidí que era necesario exorcizar ese
trauma y borrar esa experiencia qué amenazaba mi disfrute al cine por ciento,
el único medio a mi alcance, era la escritura, escribí la letra de una canción
- según yo- y a ritmo de rock que decía así:
Rolando en el D.F.
(rock-pop)
Llegando a la central de autobuses
comenzamos a caminar,
autos y autos en los cruces
y nosotros a rolar…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Al metro llegamos
por pasillos y laberintos
con maletas y equipaje
iniciamos este viaje…
En la Raza transbordamos
en Balderas repetimos,
pobres errantes judíos
en Cuauhtémoc nos bajamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
El destino no encontramos
en un mapa lo ubicamos,
caminando vamos, vamos…
Pero con un tianguis nos topamos…
Las suelas en el pavimento dejamos
y sudor con bilis derramamos
pobres, pobres provincianos
caminando vamos, vamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Al fin al hotel llegamos
y en el lobby nos sentaron
ya las pompis descansamos
pero no nos registraron…
Y ahora ahí seguimos…
Caminando vamos, vamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Pero no fue suficiente, bajé de la nube
un karaoke del tri, y a ese ritmo me puse a dar de gritos, pues el canto no va
conmigo, y grabarla en la compu, imagino
que deben estar acostumbrados a los berridos, pues nadie me molesto, mientras
liberaba el trauma, -anexo el audio-.
Sólo entonces logré dormir en paz, y
libre de la carga emocional disfrute la FILIJ 31, al cien.
El domingo, aún con las emociones en un
parque de diversiones, y especialmente en la resbaladilla, y con información
que no lográbamos digerir en su totalidad, pues todo había sido intenso,
acudimos al museo San Carlos, para disfrutar una exposición de pintura, sin
embargo uno de los cuadros me desagrado profundamente, pues lo considere
grotesco y aberrante y de nueva cuenta con el trauma, y una especie de nauseas
emocionales, esa noche decidí no dormir hasta liberar este nuevo conflicto y
escribí un texto de título breve:
La
niña debía rezar todas las mañanas para que los
lobos no devoraran a sus padres.
La niña leía un día que en algún lugar de este
planeta los antílopes rezaban cada amanecer a su creador de esta forma:
“O
creador de todas las cosas, danos la velocidad, la resistencia y el valor de
luchar, para que el león, no nos devore y logremos al menos este día,
sobrevivir”.
-Y
esto le agradó. Pero descubrió que igualmente el león rezaba a su creador de
esta manera: “Creador de todas las cosas, permíteme este día, ser más rápido,
certero y despiadado que ayer, para cazar al antílope y sobrevivir”.
Entonces se preocupó, porque entendía
que de alguna forma ambos tenían la razón y que solamente la voluntad de uno, u
otro, definiría el éxito en esa batalla por la sobrevivencia.
Decidió entonces rezar igual que lo
hacia el antílope.
La niña descubrió en otra ocasión, que
en el corazón de todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este
planeta, cada día se libra una batalla, entre un lobo negro y un lobo blanco,
la victoria se decidirá a favor de aquel
lobo que más se alimente, por los propios pensamientos.
La niña, entendía entonces, que era su
obligación y deber rezar todas las mañanas para que los lobos no devoraran a
sus padres.
Y así lo hizo, a partir de ese mismo
momento, después incluyó en sus oraciones, a hermanos, familiares y amigos.
A pesar de los rezos, sus padres
sucumbieron ante los lobos y se separaron, dejando la familia dividida y
añorando el tiempo que vivieron juntos.
La niña, llego a pensar que no había
rezado con la fuerza suficiente para impedir lo sucedido, tomó entonces la
firme decisión de rezar con tanta intensidad, para evitar que sus hermanos
fueran devorados por los lobos, claro está, sin dejar de rezar también por sus
padres.
Pero, sus hermanos se vieron
involucrados en hechos delictivos, uno fue asesinado, el otro recluido en
prisión y el último, víctima de las drogas.
La niña entonces quedo desolada, “¡es
culpa mía pensó!”, “no he tenido la fuerza y la decisión del antílope, para
rezar y evitar que mis padres y hermanos
fueran devorados por los lobos”.
La niña, conoció a un niño, se enamoró y
se casaron, decidió entonces que rezaría por su esposo para que los lobos no lo
devoraran como había acontecido con sus padres y hermanos.
Entonces tuvo sus propios hijos y claro
que también a ellos los enseño a rezar, igual que ella lo hacía.
Pero a pesar de los rezos el marido la
abandonó y se quedó sola con sus hijos.
Se culpó con rabia, coraje y dolor por
no lograr rezar con la vehemencia necesaria para que todo resultara como ella
lo esperaba.
Tomó la decisión de que aun cuando en
ello se le fuera la vida entera, rezaría con alma, y corazón, para que a sus hijos no los devoraran los
lobos, como sucedió con sus padres, hermanos y esposo.
Pero… los hijos crecieron, se casaron y
cada cual llegado su momento tomó la decisión de hacer su propia vida, la niña
entonces se quedó abandonada.
La niña se preguntaba qué fue lo que
hizo mal, ¿por qué a pesar de su convicción y decisión, no logró evitar que los
lobos devoraran a sus seres queridos? Pero no encontraba la respuesta y esta
duda la atormentaba.
Aun así seguía rezando por sus padres,
hermanos, esposo e hijos.
La niña está ahora en un asilo, su
cabello totalmente blanco, la piel marchita y el paso cansado, pero algo luce
en ella, sus labios se curvan en una beatifica sonrisa y su ser emana una
dulzura, confianza y paz, que todos a su alrededor la buscan ansiosos de
conversar con ella, quién la encuentra, jamás se marcha con los manos
vacías, se lleva al menos una palabra,
una oración, o una sonrisa.
La niña aprendió en el ocaso de su vida,
que nadie, nadie puede jamás rezar por el otro, es una decisión que debe tomar
cada cual, y desde hace mucho, mucho tiempo, ya no reza por los padres, los
hermanos, el esposo, o los hijos.
Pero continúa rezando, sólo para ella,
cada día da gracias, como el antílope y reza para que los lobos no la devoren.
Por su alegría y su semblante de paz,
sabe que al menos esta batalla, día con día, la ha ganado, y no pide más, sabe
que finalmente ha evitado que los lobos devoren su propio corazón...
La niña.
Esté texto, fue el inicio de un viaje,
qué aún no termina, a través de publicar en un periódico local, además de qué
sin saberlo en ese momento, abriría para mi puertas y ventanas en diferentes
espacios, pero esa es otra historia.
La
causa fuiste…
Llegó el momento de regresar, Rolando me
obsequió el libro de Gabriel García
Márquez: “Doce cuentos peregrinos”, en un acto de hacer las paces, en
reciprocidad le compartí la canción y el texto, este libro se sumó a un par que
me regalaron, más los que nos entregó el programa Salas de Lectura, y qué a la
fecha conservo el número 5 de la serie: Lecturas sobre lecturas, editado por el
CONACULTA, que leo y vuelvo a releer.
Por mi parte adquirí dos libros de Pescetti: “El pulpo está crudo” y “Nadie
te creería”.
Durante el viaje de regreso a mi ciudad,
las emociones se me desbordaban, había tenido una semana de antología, y esa
noche a bordo del autobús, tomé una decisión qué a la fecha he mantenido:
¡Sería un mediador de lectura de tiempo completo!
Por eso digo, cuándo pienso en la FILIJ 31, ¡La causa fuiste!