viernes, 5 de febrero de 2016

FILIJ 31…La causa fuiste.
Francisco Márquez Razo.

Antes de conocerte:
Octubre 2011, un mes que marcaría mi vida positivamente, desde luego que no tenía la menor idea de lo que sucedería aquella tarde cuando llamó Rolando por teléfono, para invitarme a acompañarlo a la FILIJ 31, no dudé en aceptar, a pesar de que sería una semana completa y la negociación con mi esposa fue complicada: ¡Actividades de lectura siete días y en la ciudad de México, cómo no!
Y lo hermoso de un viaje, es precisamente esperar lo inesperado, lo sorpresivo y ¡vaya qué lo tendría!
Para iniciar, y con incredulidad de mi parte, Rolando llegó temprano a la central de Autobuses, cosa insólita en él, de hecho ahora qué lo recuerdo, en la fecha qué escribo esto Febrero del 2016, no ha vuelto a suceder, conocí ahí a nuestro compañero de aventuras: Bernardino, mediador de lectura y maestro en Nuevo Ideal.
En mi caso viajar de noche resulta cansado, pues me es difícil conciliar el sueño, ayudó un poco qué el autobús estaba a la mitad de su capacidad y eso permitió qué nos instaláramos más cómodamente.
Amanecía, en una mañana fresca y agradable cuando llegamos al D.F., desayunamos con apetito y nos preparamos a continuar, confiábamos en el conocimiento de la enorme ciudad de México por parte de Rolando qué había realizado el mismo viaje infinidad de veces y se movía con una confianza digna de un guía de safari.
Así que Bernardino y yo, no dudamos en absoluto cuando nos propuso hacer el recorrido hasta el hotel en metro, estamos a unos pasos de la entrada -decía- y nos bajaríamos a escasas dos o tres cuadras de nuestro destino, además era domingo y eso permitía que la ciudad estuviera un poco más tranquila para disfrutarla en toda su imponente majestuosidad, nos acomodamos el equipaje y echamos a andar.
Llevaba la clásica maleta de regular tamaño con rueditas, una mochila en la espalda, maletín con Lap-top en el hombro derecho y una maleta colgando del hombro izquierdo, sin faltar el libro: El espejo enterrado, de Carlos Fuentes, apretado con la mano izquierda.
Después de algunas decenas de minutos descubrí qué para Rolando no solamente el tiempo, resultaba relativo, sino también las distancias, pues eso de unos pasos me había resultado mucho, muchísimo más.
Realizamos el primer transbordo, los túneles y pasillos, con sus giros, subidas y bajadas, líneas rectas de maratón y escaleras inapropiadas, me recordaron aquél laberinto de Creta, pero si el primer transbordo resultó cansado, el segundo parecía interminable, comenzamos entonces a cuestionar aquella decisión de viajar en el metro, finalmente y después de escuchar al menos una treintena de vendedores en su mayoría de discos piratas con los mejores éxitos de este y aquél grupo, y una variedad intensa de artículos, Rolando anunció: ¡en la siguiente estación bajamos!
Salimos con renovado optimismo a la avenida Cuauhtémoc, volteando hacia ambos lados buscando ansiosamente con la mirada el anhelado hotel y la delicia de librarnos del equipaje, qué en la última hora aumentaba su peso extrañamente, fueron minutos de tensión pues nuestro guía no se decidía, si por la izquierda o por la derecha, nos miraba y mostrando su mejor sonrisa dijo: ¡nos equivocamos, no lo van a creer pero nos bajamos antes!
¿Nos bajamos?
Se acercó a un mapa de las estaciones qué se encontraba en la acera y después de observarlo con la mirada de un experimentado viajero, sin dejar de sonreír exclamó: ¡miren estamos aquí, aquí en este puntito y solamente debemos seguir por la avenida hacia allá y en unas cuadras llegaremos!
Eso de: en unas cuadras, me causo escalofrío, y sin tener la menor confianza, reiniciamos a caminar.
Media hora después se confundían las ideas, yo deseaba darle una patada en el trasero a Rolando y Bernardino un par de cachetadas, Rolando adivinando nuestras intenciones, se mantenía cinco pasos delante de nosotros.
El agotamiento nos alcanzó, nos estacionamos sobre la banqueta intentando no obstruir el libre tránsito, y colocamos el trasero en las maletas, -tomemos un taxi- pedía Bernardino.
En unas cuadras llegamos, agregó Rolando.
Yo guardé profundo silencio.
La voz efusiva de una santa samaritana nos regresó al momento: ¿ustedes son sacerdotes verdad?
Reímos divertidos y le aclaramos al menos en cinco ocasiones qué no, pero siguió con su idea, preguntó después a dónde nos dirigíamos, nuestro guía le explicó, nos regaló una mirada de compasión y agregó: ¡no pueden seguir de frente, los domingos se instala un tianguis y bloquea el paso! Deben seguir por la lateral y así podrán cruzar por el medio del tianguis y posteriormente reincorporarse a la avenida para encontrar su hotel, conozco el camino y voy por ese rumbo, síganme y los encamino, para qué ya no anden batallando.
Nos incorporamos cómo impulsados por un resorte y comenzamos a andar detrás de aquella dama enviada por el cielo en nuestro auxilio – a pesar de no ser sacerdotes- efectivamente cruzamos un tianguis que a izquierda y derecha parecía no tener fin, de verdad resultaba intimidante.
Para entonces ya no cargamos las maletas, ellas nos arrastraban a nosotros, pero por orgullo norteño, no emitíamos queja alguna frente a la mujer, sonreímos satisfechos cuando anunció: ¡allá está su hotel, yo aquí me quedo! Pero entonces le preguntaba a Rolando: ¿cómo dice qué se llama su hotel? Aquél le dio el nombre y nuevamente nos veía con un sentimiento de compasión al exclamar: ¡Con la pena, pero me equivoque, este no es el hotel qué buscan! Está unas cuadras más allá, miren sigan por aquí,-señalando hacia la izquierda- unas cuantas calles y saldrán de nuevo hacia la avenida, dan vuelta a la derecha y ahí estará su hotel ¡qué pasen un buen día!
Deseamos entonces ser sacerdotes y excomulgarla, además de nominarla para ser llevada a la hoguera,-pinche vieja, pronuncio Rolando- nos vio la cara de provincianos agregó Bernardino, tomemos un taxi, -supliqué- yo lo pago.
¡No! Gritó Rolando, estamos a punto de superar está prueba y no nos vamos a rendir ahora, sigamos qué estamos a “unos pasos” de llegar.
Esas palabras me aterraron, Bernardino protestó; ¡venimos a la FILIJ, o vamos a hacer casting para el maratón de caminata!
Yo sólo exclamé: ¡pinche Rolando!
La gente qué pasaba a nuestro lado imaginaria que éramos un trio de damnificados, o candidatos derrotados en la elección, por nuestra cara de cansancio, caminábamos mirando las irregularidades de las banquetas a nuestro paso, Rolando dijo: ¡Miren ahí está nuestro hotel! No se los dije, si ya casi habíamos llegado.
Se adelantó para realizar los registros, fue algo así como el arcoíris después de la tormenta la vista de aquel edificio, la tierra prometida, llegamos a tiempo de escuchar al encargado en turno decirle a Rolando: ¡Lo siento, pero hasta las tres de la tarde podrán ingresar a sus habitaciones!
En un movimiento sincronizado volteamos a ver el reloj de la pared; apenas las doce, -cielos pensé- nos llevó cuatro horas llegar hasta aquí, Bernardino y yo, nos dejamos caer sobre un cómodo sofá qué invitaba al descanso, Rolando explotó y está fue otra sorpresa, pues nunca imaginé qué fuera capaz de hacer un escándalo, pidió hablar con el supervisor, con el gerente, el director e incluso con los accionistas y socios del hotel, a quienes señalaba de inútiles y otras lindezas, sin resultado, después cambio el tono del discurso y decía qué pagaría la diferencia de su bolsillo, para que pudiésemos instalarnos de una buena  vez, también sin resultado, la última persona que salió a escucharlo, con una tranquilidad digna de un sordo, le preguntó:¿ de dónde vienen? De Durango, aclaró Rolando, después volteo a ver a su compañero con una mirada que parecía decir: ¡pobrecitos, vienen de la provincia, toléralos!
Nos permitieron, en un gesto de cortesía guardar las maletas en una bodega, en tanto llegaba la hora de registrarnos.
¿Qué hacemos en tanto, nos decía nuestro guía?
Pues si nos quedamos en el sillón es probable que nos venza el sueño.
Bernardino nos confesó, qué anhelaba visitar el museo de cera, solicitamos información de su ubicación e irónicamente se encontraba a espaldas de dónde habíamos bajado del metro, así qué ahí vamos de regreso y caminando, claro que al no llevar las maletas, avanzábamos más confiados, aprovechamos para comer en el tianguis, visitamos no uno sino dos museos, cortesía de Rolando para desagraviarnos, regresamos a conocer nuestra habitación, un delicioso baño, y apenas nos recostamos para dormir, sólo despertamos para cenar y a seguir soñando.

Al fin, rumbo a la FILIJ.
En el desayuno al día siguiente, los músculos de las piernas quejándose por la caminada, pasaron a segundo plano, pues nos topamos con un torbellino de amistad y hospitalidad de un grupo de más de ochenta mediadores de Salas de Lectura, qué procedían de prácticamente todo el país, un huracán de vibras positivas, que nos puso de nueva cuenta las pilas, partimos entonces hacia el centro nacional de las artes, escenario de la FILIJ 31, un lugar impresionante, nos esperaban; charlas, conferencias, talleres, pasillos dónde podríamos pasar horas caminando y olvidando las molestias, con la belleza de los libros por doquier.
El conocer a tantos compañeros que igual cómo lo hacíamos nosotros disfrutaban esta pasión por la lectura y los libros, resulto una verdadera inyección de motivación, que se prolongaría durante nuestra estancia, era un placer literario, una delicia casi orgásmica, un paraíso textual.
Se instalaron cabinas para realizar lecturas y tuvimos el privilegio de participar, el stand de Salas de Lectura fue nuestra base de operaciones, nuestra isla de la fantasía, y nos brindó la oportunidad de interactuar con un numeroso grupo de lectores, de diversas partes de nuestro inmenso planeta, a la motivación se sumaba el crecimiento de nuestra capacidad de asombro.
Sin embargo, desde el lunes había tenido un sueño dónde me veía caminando y caminando en una banda sin fin y cargando las maletas, al repetirse el martes, decidí que era necesario exorcizar ese trauma y borrar esa experiencia qué amenazaba mi disfrute al cine por ciento, el único medio a mi alcance, era la escritura, escribí la letra de una canción - según yo- y a ritmo de rock que decía así:
Rolando en el D.F.
(rock-pop)

Llegando a la central de autobuses
comenzamos a caminar,
autos y autos en los cruces
y nosotros a rolar…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.

Al metro llegamos
por pasillos y laberintos
con maletas y equipaje
iniciamos este viaje…

En la Raza transbordamos
en Balderas repetimos,
pobres errantes judíos
en Cuauhtémoc nos bajamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.

El destino no encontramos
en un mapa lo ubicamos,
caminando vamos, vamos…
Pero con un tianguis nos topamos…

Las suelas en el pavimento dejamos
y sudor con bilis derramamos
pobres, pobres provincianos
caminando vamos, vamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.

Al fin al hotel llegamos
y en el lobby nos sentaron
ya las pompis descansamos
pero no nos registraron…
Y ahora ahí seguimos…
Caminando vamos, vamos…
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Rolando en el D.F.
Pero no fue suficiente, bajé de la nube un karaoke del tri, y a ese ritmo me puse a dar de gritos, pues el canto no va conmigo,  y grabarla en la compu, imagino que deben estar acostumbrados a los berridos, pues nadie me molesto, mientras liberaba el trauma, -anexo el audio-.
Sólo entonces logré dormir en paz, y libre de la carga emocional disfrute la FILIJ 31, al cien.
El domingo, aún con las emociones en un parque de diversiones, y especialmente en la resbaladilla, y con información que no lográbamos digerir en su totalidad, pues todo había sido intenso, acudimos al museo San Carlos, para disfrutar una exposición de pintura, sin embargo uno de los cuadros me desagrado profundamente, pues lo considere grotesco y aberrante y de nueva cuenta con el trauma, y una especie de nauseas emocionales, esa noche decidí no dormir hasta liberar este nuevo conflicto y escribí un texto de título breve:
La niña debía rezar todas las mañanas para que los lobos no devoraran a sus padres.
 La niña leía un día que en algún lugar de este planeta los antílopes rezaban cada amanecer a su creador de esta forma:
“O creador de todas las cosas, danos la velocidad, la resistencia y el valor de luchar, para que el león, no nos devore y logremos al menos este día, sobrevivir”.
-Y esto le agradó. Pero descubrió que igualmente el león rezaba a su creador de esta manera: “Creador de todas las cosas, permíteme este día, ser más rápido, certero y despiadado que ayer, para cazar al antílope y sobrevivir”.
Entonces se preocupó, porque entendía que de alguna forma ambos tenían la razón y que solamente la voluntad de uno, u otro, definiría el éxito en esa batalla por la sobrevivencia.
Decidió entonces rezar igual que lo hacia el antílope.
La niña descubrió en otra ocasión, que en el corazón de todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta, cada día se libra una batalla, entre un lobo negro y un lobo blanco, la victoria se decidirá  a favor de aquel lobo que más se alimente, por los propios pensamientos.
La niña, entendía entonces, que era su obligación y deber rezar todas las mañanas para que los lobos no devoraran a sus padres.
Y así lo hizo, a partir de ese mismo momento, después incluyó en sus oraciones, a hermanos, familiares y amigos.
A pesar de los rezos, sus padres sucumbieron ante los lobos y se separaron, dejando la familia dividida y añorando el tiempo que vivieron juntos.
La niña, llego a pensar que no había rezado con la fuerza suficiente para impedir lo sucedido, tomó entonces la firme decisión de rezar con tanta intensidad, para evitar que sus hermanos fueran devorados por los lobos, claro está, sin dejar de rezar también por sus padres.
Pero, sus hermanos se vieron involucrados en hechos delictivos, uno fue asesinado, el otro recluido en prisión y el último, víctima de las drogas.
La niña entonces quedo desolada, “¡es culpa mía pensó!”, “no he tenido la fuerza y la decisión del antílope, para rezar y evitar que mis  padres y hermanos fueran devorados por los lobos”.
La niña, conoció a un niño, se enamoró y se casaron, decidió entonces que rezaría por su esposo para que los lobos no lo devoraran como había acontecido con sus padres y hermanos.
Entonces tuvo sus propios hijos y claro que también a ellos los enseño a rezar, igual que ella lo hacía.
Pero a pesar de los rezos el marido la abandonó y se quedó sola con sus hijos.
Se culpó con rabia, coraje y dolor por no lograr rezar con la vehemencia necesaria para que todo resultara como ella lo esperaba.
Tomó la decisión de que aun cuando en ello se le fuera la vida entera, rezaría con alma, y corazón,  para que a sus hijos no los devoraran los lobos, como sucedió con sus padres, hermanos y esposo.
Pero… los hijos crecieron, se casaron y cada cual llegado su momento tomó la decisión de hacer su propia vida, la niña entonces se quedó  abandonada.
La niña se preguntaba qué fue lo que hizo mal, ¿por qué a pesar de su convicción y decisión, no logró evitar que los lobos devoraran a sus seres queridos? Pero no encontraba la respuesta y esta duda la atormentaba.
Aun así seguía rezando por sus padres, hermanos, esposo e hijos.
La niña está ahora en un asilo, su cabello totalmente blanco, la piel marchita y el paso cansado, pero algo luce en ella, sus labios se curvan en una beatifica sonrisa y su ser emana una dulzura, confianza y paz, que todos a su alrededor la buscan ansiosos de conversar con ella, quién la encuentra, jamás se marcha con los manos vacías,  se lleva al menos una palabra, una oración, o una sonrisa.
La niña aprendió en el ocaso de su vida, que nadie, nadie puede jamás rezar por el otro, es una decisión que debe tomar cada cual, y desde hace mucho, mucho tiempo, ya no reza por los padres, los hermanos, el esposo, o los hijos.
Pero continúa rezando, sólo para ella, cada día da gracias, como el antílope y reza para que los lobos no la devoren.
Por su alegría y su semblante de paz, sabe que al menos esta batalla, día con día, la ha ganado, y no pide más, sabe que finalmente ha evitado que los lobos devoren su propio corazón...
La niña.
Esté texto, fue el inicio de un viaje, qué aún no termina, a través de publicar en un periódico local, además de qué sin saberlo en ese momento, abriría para mi puertas y ventanas en diferentes espacios, pero esa es otra historia.
La causa fuiste…
Llegó el momento de regresar, Rolando me obsequió el libro de Gabriel García Márquez: “Doce cuentos peregrinos”, en un acto de hacer las paces, en reciprocidad le compartí la canción y el texto, este libro se sumó a un par que me regalaron, más los que nos entregó el programa Salas de Lectura, y qué a la fecha conservo el número 5 de la serie: Lecturas sobre lecturas, editado por el CONACULTA, que leo y vuelvo a releer.
Por mi parte adquirí dos libros de Pescetti: “El pulpo está crudo” y “Nadie te creería”.
Durante el viaje de regreso a mi ciudad, las emociones se me desbordaban, había tenido una semana de antología, y esa noche a bordo del autobús, tomé una decisión qué a la fecha he mantenido: ¡Sería un mediador de lectura de tiempo completo!

Por eso digo, cuándo pienso en la FILIJ 31, ¡La causa fuiste!


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