lunes, 1 de febrero de 2016

    

A tiempo.

Francisco Márquez  Razo.

Jamás necesite un despertador para levantarme a tiempo, soy extremadamente puntual, por regla general despierto a las siete de la mañana y hoy no será la excepción, sonrió una vez más, pues cómo siempre, estoy a tiempo.
Entro al pequeño baño, abro la llave del agua caliente, dejo correr el agua, sé que no tarda más de un minuto en salir a la temperatura ideal, me baño disfrutando la calidez del agua sobre mi cuerpo, diez minutos exactamente, ni uno más, todo debe ser preciso.
Cinco minutos para vestirme y arreglarme, hoy usaré mis mejores ropas, pues sin duda es un día especial, quince minutos para disfrutar un delicioso almuerzo; café, jugo de naranja, dos rebanadas de pan tostado, huevo con jamón, frijoles refritos con queso, y para el postre una ración de papaya en trozos, cubierta de granola y bañada con miel ¡qué delicia!
No puedo evitar voltear hacia la pared y ver el reloj, nuevamente sonrió, pues estoy a tiempo.
Diez minutos más para acudir al sanitario y defecar cómo dios manda, sin pausas y sin prisa, todo a tiempo.
Aún me quedan veinte minutos para leer las noticias del día en el periódico, es importante estar informado de lo que sucede en el mundo, me causa risa descubrir que hoy es martes 13, coincidencias, me digo.
Checó de nueva cuenta el reloj y me preparó a salir, pues debo llegar a tiempo.
Una última vista al espejo para comprobar que todo está en su lugar, el peinado perfecto, el cuello correcto, el calzado reluciente, me agrada mi figura, además resulta motivante llegar a tiempo.
Salgo al pasillo y tal como lo había previsto, en cinco minutos llegó a mi destino, ya me esperan.
Se asombran de ver la sonrisa en mi rostro y no es casual, sé qué soy puntual.
Me abren la puerta, agradezco la amabilidad, entró en el amplio espacio, me acomodo en el sillón, me remuevo un poco intentando que se amolde a mi cuerpo, al fin lo consigo, me relajo, suspiro profundamente y sonrió, pues estoy listo.
Un tipo triste y nervioso, ¿no sé por qué? Se acerca hacia mí, revisa mis signos vitales, y confirma lo que yo ya sabía: ¡Estoy perfectamente bien!
Atan mis manos al sillón, para aplicarme la inyección letal.
Volteo a ver el reloj de la pared y sonrió, pues felizmente, llegué a tiempo.


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