Un mundo raro.
Francisco
Márquez Razo.
El esposo
intentaba aclarar la situación a su esposa: Mira -le decía- al principio creí que tal vez el problema
sería culpa del cambio climático, o de la vigilancia que ejerce el gobierno
sobre todos nosotros, después pensé que tal vez fuera responsabilidad de los
nombres que elegimos para el perro y la gata, pero, ahora no sé, no entiendo
que sucedió.
-Sigo sin
entender cuál es el problema -agregó la esposa-.
Bien, iré
directo al asunto; resulta que mi perro chihuahua Popeye, prefiere comerse la
comida de tu gata Oliva, qué la suya.
-Mejor,
exclamó la mujer con emoción, así solo compramos un alimento para mascotas.
Ni tan
buena la solución, porqué a tu gata, le gustan las croquetas del perro.
-¿Estás
seguro de eso?
Desde
luego, los he estado observando por semanas y debo decir que fue Oliva, tu
gata, la que inicio este inusual comportamiento, resulta que en cuanto le
servía su ración de croquetas a Popeye, la gata corría a consumirlas
glotonamente, dejando al perro sin alimento y supongo que obligado por eso, tal
vez por desquite, o presionado por el hambre, el perro acudía a devorar la
comida de la gata.
¿Qué
extraño no crees? Decía el hombre a la mujer.
-Sí y no,
tal vez debamos llevar a la gata con un sicólogo.
¿Existen
sicólogos para gatos?
-¡No sé!
Pero no es normal que una gata prefiera la comida del perro ¿Oh, sí?
No, no
imagino que pudo suceder.
Para que
lo veas con tus propios ojos, -le pidió el esposo a la esposa- acompáñame al
patio.
La mujer
contempló cómo su marido vaciaba una ración de croquetas en el plato de su
perro Popeye, e inmediatamente descendía de la azotea la gata Oliva y
enfrentándose al pequeño perro, que emprendía la huida ladrando, lo despojaba
de su alimento.
Verdad
que esto es increíble –señalaba el marido-.
-Sí, es
totalmente absurdo –agregó la esposa-.
Después
de unos momentos de silencio y observando la bolsa de las croquetas, le pedía
al confundido esposo.
-Déjame
ver a qué saben.
Ante la
mirada sorprendida del hombre, la mujer tomó un par de croquetas que mordía con
curiosidad y dejó al marido al borde de la incredulidad, cuando suavemente le
confesaba: ¡Sabes, creo que después de todo no saben tan mal¡
Pienso
que también yo podría comerlas.
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