¡Al fin lo sé!
Francisco
Márquez Razo.
Doña
Francisca era una mujer bondadosa, generosa y llena de amor, con inquebrantable paciencia cuidaba a sus dos
nietos: Lupita y Manuelito.
Él
contaba con seis años y ella cinco, la vida de los tres se desarrollaba en
medio de una gran pobreza y carencias, su vivienda era apenas un cuartucho de
adobe con escaso mobiliario y en una de las colonias más alejadas de la ciudad,
la abuela dormía en un desvencijado catre y los pequeños debajo de una gran
mesa cerca del fogón para que no tuvieran frio, la mesa se encontraba cubierta
por un gran hule que la cubría totalmente y solamente levantándolo se podía ver
dormir a los niños.
Sin
embargo, algo sucedió que rompería esta inercia para el resto de la vida de
estos dos pequeños: ¡La llegada de la navidad!
El
veinticinco por la mañana algunos niños jugaban con los regalos y juguetes que
habían recibido del niño Dios.
A
través de la ventana de su vivienda observaban a los demás niños; reír, jugar,
disfrutar, con sus obsequios.
Se
preguntaron entonces: ¿Por qué a nosotros no nos han traído nada como a los
demás niños? ¿Por qué?
Manuelito
viendo directamente a los ojos a Lupita, le dijo: ¿Sabes? Te prometo que voy a
averiguar por qué a nosotros no nos han
traído un regalo, lo voy a descubrir hermanita ya lo verás.
Así,
en medio de preguntas sin respuesta, llegó nuevamente navidad.
Lupita
y Manuelito en un trozo de papel guardado desde mucho tiempo antes y con un
pedazo de lápiz, escribieron a su leal saber y entender su carta de petición al
niño Dios y en una salida a la tienda la deposito en el buzón.
Pasaron
la noche buena junto con la abuela y se marcharon a dormir llenos de esperanza
y alegría, bajo su mesa y cubiertos con aquel enorme mantel.
Al
llegar el día siguiente de nueva cuenta nada sucedió, no había regalos ni
juguetes, primero fue confusión, después dolor y un profundo llanto que duraría
horas, todo el sentimiento acumulado fluiría en un mar de lágrimas, finalmente
la abuela lloraría junto con ellos.
Por
la noche volvería a preguntarle a su hermanito: ¿Por qué no recibimos regalos?
¿Por qué?
Desconsolado
Manuelito respondía: ¿No lo sé, hermanita, no lo sé? ¡Pero te prometo que lo
voy a investigar, no pararé hasta saberlo, Lupita ya lo verás!
El
tiempo transcurrió rápidamente y de nueva cuenta la navidad llegaba, y después
de otro año difícil para los dos niños, escribían su carta y la depositaban en
un buzón, no tenían la menor duda, de que en esta ocasión finalmente y por
primera vez recibirían juguetes, o regalos, nuevamente se fueron a dormir bajo
aquella mesa y cubiertos por el enorme hule.
Llegó
la mañana, desde la calle se escuchaban los gritos de alegría de otros niños
que ya jugaban y mostraban sus obsequios recibidos, Manuelito veía con
incredulidad a su alrededor, no había nada para ellos, Lupita se encontraba
deshecha en lágrimas, y en ese momento, en una chispa de ingenua iluminación,
Manuelito le gritó con fuerza a su hermanita: ¡Lupita, al fin lo sé, ya sé por
qué no nos trae regalos ni juguetes el niño Dios!
-¿Por
qué pregunto la niña ansiosa, por qué?
Manuelito
triunfante explicó: porqué dormimos bajo la mesa, cubiertos por ese gran hule,
el niño Dios llega y no nos ve, por eso no nos deja nada…
¡Lo
ves Lupita…al fin lo sé!
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