lunes, 4 de enero de 2016

¡Al fin lo sé!
Francisco Márquez Razo.

Doña Francisca era una mujer bondadosa, generosa y llena de amor, con  inquebrantable paciencia cuidaba a sus dos nietos: Lupita y Manuelito.
Él contaba con seis años y ella cinco, la vida de los tres se desarrollaba en medio de una gran pobreza y carencias, su vivienda era apenas un cuartucho de adobe con escaso mobiliario y en una de las colonias más alejadas de la ciudad, la abuela dormía en un desvencijado catre y los pequeños debajo de una gran mesa cerca del fogón para que no tuvieran frio, la mesa se encontraba cubierta por un gran hule que la cubría totalmente y solamente levantándolo se podía ver dormir a los niños.
Sin embargo, algo sucedió que rompería esta inercia para el resto de la vida de estos dos pequeños: ¡La llegada de la navidad!
El veinticinco por la mañana algunos niños jugaban con los regalos y juguetes que habían recibido del niño Dios.
A través de la ventana de su vivienda observaban a los demás niños; reír, jugar, disfrutar, con sus obsequios.
Se preguntaron entonces: ¿Por qué a nosotros no nos han traído nada como a los demás niños?  ¿Por qué?
Manuelito viendo directamente a los ojos a Lupita, le dijo: ¿Sabes? Te prometo que voy a averiguar por qué  a nosotros no nos han traído un regalo, lo voy a descubrir hermanita ya lo verás.
Así, en medio de preguntas sin respuesta, llegó nuevamente navidad.
Lupita y Manuelito en un trozo de papel guardado desde mucho tiempo antes y con un pedazo de lápiz, escribieron a su leal saber y entender su carta de petición al niño Dios y en una salida a la tienda la deposito en el buzón.
Pasaron la noche buena junto con la abuela y se marcharon a dormir llenos de esperanza y alegría, bajo su mesa y cubiertos con aquel enorme mantel.
Al llegar el día siguiente de nueva cuenta nada sucedió, no había regalos ni juguetes, primero fue confusión, después dolor y un profundo llanto que duraría horas, todo el sentimiento acumulado fluiría en un mar de lágrimas, finalmente la abuela lloraría junto con ellos.
Por la noche volvería a preguntarle a su hermanito: ¿Por qué no recibimos regalos? ¿Por qué?
Desconsolado Manuelito respondía: ¿No lo sé, hermanita, no lo sé? ¡Pero te prometo que lo voy a investigar, no pararé hasta saberlo, Lupita ya lo verás!
El tiempo transcurrió rápidamente y de nueva cuenta la navidad llegaba, y después de otro año difícil para los dos niños, escribían su carta y la depositaban en un buzón, no tenían la menor duda, de que en esta ocasión finalmente y por primera vez recibirían juguetes, o regalos, nuevamente se fueron a dormir bajo aquella mesa y cubiertos por el enorme hule.
Llegó la mañana, desde la calle se escuchaban los gritos de alegría de otros niños que ya jugaban y mostraban sus obsequios recibidos, Manuelito veía con incredulidad a su alrededor, no había nada para ellos, Lupita se encontraba deshecha en lágrimas, y en ese momento, en una chispa de ingenua iluminación, Manuelito le gritó con fuerza a su hermanita: ¡Lupita, al fin lo sé, ya sé por qué no nos trae regalos ni juguetes el niño Dios!
-¿Por qué pregunto la niña ansiosa, por qué?
Manuelito triunfante explicó: porqué dormimos bajo la mesa, cubiertos por ese gran hule, el niño Dios llega y no nos ve, por eso no nos deja nada…
¡Lo ves Lupita…al fin lo sé!





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