domingo, 13 de noviembre de 2016

Polito
Francisco Márquez Razo

Acudí un lunes al tribunal en busca de mi padrino Polito, tal vez por el nombre, que me recordaba aquellos cuadernos baratos con los que estudie, me agradaba su compañía.
Había terminado la carrera de leyes con las mejores calificaciones de su generación, pero su introversión y nobleza, era la causa de que aquellos que lo conocían, buscaran aprovecharse de su bondad.
Su premio de consolación fue lograr que lo asignaran a uno de los juzgados cómo auxiliar, su carácter no le ayudo y termino siendo el gato del jefe, de los compañeros e incluso del intendente, pues lo mismo limpiaba escritorios, salía a comprar gordas y refrescos, que a llevar oficios.
El juez, encargado del juzgado, lo tenía atendiendo asuntos personales, al llegar la hora de salida, todos se marchaban de prisa pero él se quedaba ordenando expedientes, guardando archivos, o redactando y elaborando oficios.
Vivía solo y supongo que a su manera era feliz, jamás lo había escuchado quejarse, o despotricar contra alguien.
Llegué al área de recepción y pregunte por mi padrino, a la secretaria, una mujer que me recordaba a los camarones, le quitas la cabeza y lo demás resulta apetecible.
Sin embargo estaba furiosa, pues arrojaba carpetas a un cajón y vociferaba en voz baja palabras que no alcanzaba a escuchar y sin voltear a verme simplemente exclamó: ¡Ahorita viene!
Me senté a esperar, minutos más tarde apareció Polito, con cara de tristeza, la mujer se levantó, se plantó frente a él y le ordeno: ¡Siéntese y espere, voy a arreglar esto!
Se acomodó a mi lado y quedamente inquirí: ¿Y, está quién es?
¡La amiga íntima del juez! Me respondió.
Llegas en mal momento ahijado, tenemos problemas en la oficina, se solicitó un recorte en el personal y me avisaron que sería yo.
Intente animarlo: ¡Vamos a tomar un café, padrino y platicamos!
No, hijo, ahorita no puedo, debo esperar que el juez haga mi oficio de baja y esperar que me llame para firmarlo y así quede enterado oficialmente, y sé qué nadie va a abogar por mí.
¡Bueno esperaré aquí con usted!
La mujer había entrado de prisa al privado del jefe y se escuchaba una acalorada discusión que poco a poco fue subiendo de tono hasta convertirse en gritos que todos podíamos escuchar: -Pero cómo se te ocurre querer despedir a Polito, es cierto que nadie nota su presencia, pero corre a quién quieras menos a él, no solo hace tu chamba, también hace la mía, y ni pienses que voy a trabajar y quedarme tiempo extra, así que de una vez por todas entiende: ¡Es el único que trabaja en esta oficina!
Salió la mujer y se veía satisfecha.
Mi padrino se levantó y sonriendo me decía: ¡Vamos por ese café, ahijado, yo invito!



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