Polito
Francisco Márquez Razo
Acudí un lunes al
tribunal en busca de mi padrino Polito, tal vez por el nombre, que me recordaba
aquellos cuadernos baratos con los que estudie, me agradaba su compañía.
Había terminado la
carrera de leyes con las mejores calificaciones de su generación, pero su
introversión y nobleza, era la causa de que aquellos que lo conocían, buscaran
aprovecharse de su bondad.
Su premio de
consolación fue lograr que lo asignaran a uno de los juzgados cómo auxiliar, su
carácter no le ayudo y termino siendo el gato del jefe, de los compañeros e
incluso del intendente, pues lo mismo limpiaba escritorios, salía a comprar
gordas y refrescos, que a llevar oficios.
El juez, encargado
del juzgado, lo tenía atendiendo asuntos personales, al llegar la hora de
salida, todos se marchaban de prisa pero él se quedaba ordenando expedientes,
guardando archivos, o redactando y elaborando oficios.
Vivía solo y supongo
que a su manera era feliz, jamás lo había escuchado quejarse, o despotricar
contra alguien.
Llegué al área de
recepción y pregunte por mi padrino, a la secretaria, una mujer que me
recordaba a los camarones, le quitas la cabeza y lo demás resulta apetecible.
Sin embargo estaba
furiosa, pues arrojaba carpetas a un cajón y vociferaba en voz baja palabras
que no alcanzaba a escuchar y sin voltear a verme simplemente exclamó: ¡Ahorita
viene!
Me senté a esperar,
minutos más tarde apareció Polito, con cara de tristeza, la mujer se levantó,
se plantó frente a él y le ordeno: ¡Siéntese y espere, voy a arreglar esto!
Se acomodó a mi lado
y quedamente inquirí: ¿Y, está quién es?
¡La amiga íntima del
juez! Me respondió.
Llegas en mal
momento ahijado, tenemos problemas en la oficina, se solicitó un recorte en el
personal y me avisaron que sería yo.
Intente animarlo:
¡Vamos a tomar un café, padrino y platicamos!
No, hijo, ahorita no
puedo, debo esperar que el juez haga mi oficio de baja y esperar que me llame
para firmarlo y así quede enterado oficialmente, y sé qué nadie va a abogar por
mí.
¡Bueno esperaré aquí
con usted!
La mujer había
entrado de prisa al privado del jefe y se escuchaba una acalorada discusión que
poco a poco fue subiendo de tono hasta convertirse en gritos que todos podíamos
escuchar: -Pero cómo se te ocurre querer despedir a Polito, es cierto que nadie
nota su presencia, pero corre a quién quieras menos a él, no solo hace tu
chamba, también hace la mía, y ni pienses que voy a trabajar y quedarme tiempo
extra, así que de una vez por todas entiende: ¡Es el único que trabaja en esta
oficina!
Salió la mujer y se
veía satisfecha.
Mi padrino se
levantó y sonriendo me decía: ¡Vamos por ese café, ahijado, yo invito!
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