domingo, 13 de marzo de 2016

       
Un sábado más.
Francisco Márquez  Razo. 

Cerca de la media noche de ese sábado, que se mostraba cómo un turno más, sin novedad o algo que resaltar, el comandante se comunicó por radio y me indicaba que acudiera  a la discoteca de moda, por la avenida Domingo Arrieta y estar al pendiente de que todo marchara correctamente.
Lo acepte con gusto, pues representaba estacionarnos un buen rato y descansar después del turno de esté sábado, tal vez después de cumplir esta consiga a las cuatro o cinco de la mañana, pudiéramos regresar a la central y prepararnos para retirarnos a casa.
En realidad no hacíamos gran cosa, más que hacer presencia, estar visibles, para cohibir cualquier actitud negativa, buscando el mejor punto de vista para nosotros, colocamos nuestra patrulla, una camioneta pick-up, sobre el camellón del boulevard, frente al establecimiento y siguiendo el mal ejemplo de cantidad de vehículos que ya se encontraban cómo todos los días sobre el camellón, además la vialidad no era nuestra bronca.
Mi compañero descendió de la camioneta y fue a comprar hot-dogs, para cenar, dos para cada uno y fría bebida de cola, devoré el primero e iba por el segundo, cuando todo comenzó; media docena de mujeres acudían solicitando auxilio, pues comentaban a grandes gritos que un sujeto había sacado de mala manera a su amiga, que al negarse a bailar con él, provocó su enojo y decidió llevársela por la fuerza, nos urgían a intervenir, arrojamos el resto de la cena por la ventana y descendimos de prisa detrás de aquellas jóvenes que nos guiaban, nos señalaban a un tipo que vestía igual a muchos otros con sombrero y toda la cosa que arrastraba de la mano a una mujer joven, que se negaba a seguirlo, apenas lograba verlo, pues se dirigía hacia una camioneta de color vino intenso, le grité que dejará a la mujer, pero ante mis ojos la levantó igual que una muñeca, la arrojo sobre su hombro derecho, parecía que no pesará la mujer y la introdujo a su camioneta, pensé que podría alcanzarlo, pues dos vehículos le impedían salir de prisa, una voz me alerto, pues decía que el tipo estaba armado, esto me detuvo, pues temía por la seguridad de la mujer, mi compañero se había regresado por la patrulla y podía escuchar que venía con la sirena encendida y tenía también la certeza de que había solicitado apoyo, pero, la camioneta encendió con una fuerza explosiva, retrocedió y golpeo el vehículo trasero, después realizó lo mismo con el delantero.
Salió y cruzó precisamente frente a mí, algo me impidió moverme, sentí una ráfaga de hielo atravesándome de pies a cabeza, llegó mi compañero que era un conductor excelente e iniciamos la persecución del vehículo, en la lejanía escuchaba el sonido de las patrullas que se unían a la persecución y teníamos la seguridad de bloquearlo y rescatar a la joven, de reojo veía el indicador de velocidad y me asusto descubrir que corríamos por prolongación Pino Suarez  a más de 180 kilómetros por hora sin lograr alcanzar el vehículo.
Se enfiló hacia una de las bardas del panteón y frente a nosotros que logramos frenar a tiempo, penetro al interior cómo si una puerta estuviera abierta.
Nunca entendimos qué paso, nadie encontró una explicación a lo sucedido, esta historia se ha vuelto una leyenda urbana, algunos la niegan, otros la mantienen, contándola de boca en boca, yo sólo sé que no fue un sábado más, nadie me lo contó, fui testigo de ese hecho y una semana después abandoné la corporación.
Y aún ahora después de los años, sigo escuchando esos gritos de auxilio, y al recordar el evento, de nueva cuenta vuelvo a sentir esa ráfaga de aire helado, que viví, ese sábado más.


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