miércoles, 15 de noviembre de 2017

La plaza
Francisco Márquez Razo

Tiene mi ciudad,
antigua plaza,
céntrico oasis verde
entre acero,
asfalto y concreto.

Es la más popular
por quienes la frecuentan,
el tema por lo general
es matar el tiempo,
dicen no hay nada más sano,
y si bien su nombre es otro
los más antiguos y asiduos
le dicen y la llaman:
La plaza de los palos caídos.

Un día de aburrido descanso
decidí visitarla,
solamente dedicarme a mirar,
satisfacer morbosa curiosidad,
esto fue lo qué observé:
Grupos de adultos y ancianos
en momentos  contemplativos,
viendo pasar la vida
con resignación filosófica.

Joven pareja de novios
sentados en la misma banca
sin mirarse a los ojos
ni dirigirse la palabra
conversando sin parar
a través del celular.

Madres molestas
por los puentes escolares
pues tendrán en casa
a sus hijos que soportar.

Cantidad de vendedores ambulantes a pie,
incluso en bicicleta
ofreciendo variedad desmedida
de: Semillas, frutas,
productos milagro
para cualquier enfermedad,
jugos, memorias,
periódicos, paletas,
aguas de sabores, gorditas,
sin faltar; la invisible piratería.

Prostitución femenina
también masculina,
pedigüeños por necesidad
pordioseros de oficio,
un par de policías esperando
no a quién ayudan
sino a quién chingan.

Gente trabajando, ajena a todo,
otros, los más,
sin empleo
esperando que llegue
caída del cielo,
una chamba,
personas de prisa, atropellando
lo que impida su paso,
áreas verdes de color negro,
monumentos con grafiti,
fuentes sin funcionar
basura, por todo lugar.

Varones tirando baba
viendo mujeres pasar,
damas de toda edad
exhibiendo con orgullo
el cabello teñido,
pintado en feroces colores,
qué de sólo verlo
sientes te arañan los ojos,
pasarelas de tatuajes,
algunos bellos, artísticos,
otros, groseramente vulgares.

Humanos enajenados
por la mística
y omnipresente internet
idolatras de la santa computadora,
la bendita tableta,
del codiciado teléfono inteligente,
pidiendo, rogando, rezando:
¡No nos dejes caer en la tentación
de ver y apreciar la realidad
ahora y en la hora de nuestra vida; amén!

Tal vez sólo una plaza
quizás lugar común
son estos botones
igual que en el espejo
reflejo de una sociedad,
es delicia de los políticos
pues igual que sucede ahí,
así, exactamente vivimos:
¡Con los palos caídos!



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