sábado, 11 de junio de 2016



Zopilotes.
Francisco Márquez  Razo.  

Había despertado en muchos lugares desagradables después de varias noches de parranda, crudo, hambriento, sucio, sediento, adolorido y otras lindezas, en alguna ocasión incluso dormí con un pestilente perro callejero, a pesar de que me bañe a conciencia el aroma se quedó conmigo un par de días, después no lo note, o tal vez me acostumbre a él.
Pero hoy es diferente, siento un frió terrible a pesar de estar en pleno verano, abro los ojos pesadamente, me parece estar en un cerro, una piedra se me clava en las costillas del lado derecho, la hierba es escasa, pero abundan las piedras, nopales y una fila inmensa de huizaches.
Llevó las manos al rostro intento aclarar mi mente, pero sigo somnoliento, un dolor en las pantorrillas me lleva a descubrir temeroso que se me han clavado algunas espinas de una penca amarillenta de una nopalera, atravesaron el pantalón de mezclilla, resulta lento y molesto desprenderlas una por una.
Intento ubicarme pero nada me resulta conocido, ¡Dónde diablos estoy! ¡Qué demonios paso! ¿Cómo llegue aquí?
Me parece escuchar las palabras de mi padre reprochándome: “mira muchacho si no dejas la bebida, uno de estos días te va a matar, esa es mi mayor preocupación, entiende y recapacita por favor”.
De verdad lo intenté, pero no me fue posible, no solo era el temor de mi padre, sino mío también que el alcohol terminara conmigo ¡Que terrible final!
Finalmente extraje la última espina 36 en total, las piernas en verdad me duelen, con torpeza me levantó, la ropa impregnada de polvo y hierba seca, la sacudo y una nube de polvo me cubre haciéndome estornudar, el abdomen me produce un dolor insoportable como si algo se me introdujera en las entrañas, me obliga a respirar con dificultad, es tan intenso que me obliga a vomitar, pero solo son espasmos pues no hay nada que arrojar, supongo que no he comido al menos desde ayer.
La luz del sol me molesta, con los ojos entrecerrados volteo a mi alrededor, todo luce desierto, sobre una loma a unos cien metros descubro un enjambre de zopilotes volando alrededor de grandes rocas.
Mi padre detesta esas aves, dice que son carroñeras, se alimentan de cadáveres; ¡Aléjate de ellas, me pedía, son aves de mal agüero!
Pero mi curiosidad es mayor y me encamino hacia ellas, cada paso es recibir un golpe en las piernas, siento que mis tripas se desgarran, mi frente está fría y sudo gotas de dolor, caigo y me levanto, las rodillas sangran a través del pantalón, sangre oscura y sucia, aroma de alcohol, tabaco y estiércol.
Logró subir la pequeña loma, me acerco a las piedras, las negras aves ni siquiera se molestan por mi presencia, veo un cuerpo atravesado entre dos rocas, el corazón late con tanta fuerza que duele, las manos tiemblan, las piernas no dejan de doler y las entrañas parece que se salieran de su lugar.
Respirando pesadamente, veo finalmente aquel cadáver, extraña visión, locura de ebriedad, ¡Soy yo! Los zopilotes devoran golosamente mis entrañas, la sangre escurre espesa por sus filosos picos, otro ha extirpado mis ojos, las espinas de la nopalera aún están clavadas en las pantorrillas, dos lágrimas escurren por mis frías mejillas, volteo de prisa y sigo caminando, el dolor desaparece, sonrió entonces en paz, mi padre estará tranquilo, yo lo estoy, no fue el alcohol el que me mató, fueron los zopilotes, ¡Los malditos zopilotes!


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