¡Gracias por el agua!
Francisco Márquez Razo
No
resultaba de mi agrado, pasar las vacaciones de fin de año en el rancho, a los
catorce años intentas que tus vacaciones sean una aventura, o, al menos una
etapa de grandes descubrimientos, pero también a esa edad resulta difícil
evadirte.
Así que
me resigne a morir de aburrimiento, pues todo mundo sabe que en los pueblos o
hay nada que hacer.
Al
llegar, nos encontramos con que mi abuelo estaba bastante atareado y mi madre
me envió a ayudarlo, sin siquiera preguntarme si quería hacerlo.
Resulta
que la noria, de la cual se abastecían de agua y qué en esa época resultaba
común en los poblados, requería de una limpieza para extraer la arena que de
tiempo en tiempo se iba acumulando en el interior, mi abuelo aceptó feliz que
yo participará, pues mi poco peso, hacia más sencillo que me bajaran y subieran
sobre una cubeta.
Vi el
fondo de aquella noria y la verdad no me resultaba atractivo descender, pero no
encontré la forma de evitarlo.
Para
motivarme mi abuelo me comentó que aquella tarea resultaba un honor- ¡Maldito
honor! Exclamé furioso.
Bastante
molesto y mientras me preparaban para bajar pregunte en tono de burla: ¿Y a
quién le debemos el maldito honor de esta noria?
Mi abuelo
me escuchó y tranquilo respondió: ¡Después de terminar tu tarea te lo diré!
Seis
horas más tarde y sin que se hubiera calmado mi mal humor, escuche la historia
que me había prometido el abuelo.
Hubo un
tiempo –decía- que las gentes estaban
más apegadas a su tierra, nacían y morían en el mismo pueblo, en la misma casa,
los ancianos decían que era debido a una tradición tan antigua que nadie
recordaba cuando había iniciado.
Está
consistía en que al nacer un nuevo miembro y puesto que los nacimientos los
realizaban parteras que acudían a domicilio, al cortar el cordón umbilical se
debía enterrar de prisa en una de las esquinas del patio de la casa, para que
siempre estuviera ligado a su tierra y a su gente, esto le impedía que aun
cuando se alejará, se olvidará de su pueblo, tarde o temprano volvería a casa,
a sus raíces, a su origen.
En ese
tiempo acudíamos hacia el rio para acarrear agua, pues la noria, que tú
amablemente nos ayudaste a limpiar, aún
no existía.
-Amablemente,-
si, como no, pensé-
En el
caso de nuestra familia, tu abuela y demás ancestros, junto con el cordón
umbilical, enterraban una prenda que nos identificaba a cada uno.
-¿Y dónde
hacían el entierro?- Pregunté.
Ahí, por
donde ahora está la noria, me aclaró.
-Pero y
entonces: ¿quién la hizo? -volví a interrogar-
Continuó
el relato; en una ocasión y después de fuertes discusiones, por cuestiones sin
trascendencia, como el hecho de negarse a ir por agua hasta el rio, alegando
que era bastante cansado, uno de los miembros de la familia amenazo con
marcharse y olvidarse de todo y de todos, no deseaba jamás regresar a esta
tierra.
Pero
entonces recordó que su cordón umbilical estaba enterrado y que eso lo haría
volver.
Así que
tomo pico y pala y comenzó a cavar buscando su cordón, todo un día y una noche.
El abuelo
suspendió la historia.
-Tuve que
preguntar ansiosamente: ¿Y qué pasó, encontró su cordón?
No, pero
en cambio dio con el venero de agua y
fue él quien nos regaló la noria y a partir de entonces ya no tuvimos
que ir al rio.
-¿Y quién
fue ese idiota? Volví a preguntar.
¡Yo!
Respondió tranquilamente mi abuelo.
-Avergonzado
solo pude decir: ¡Gracias por el agua!
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