PAYASITO.
Francisco Márquez Razo.
Una estresada
tarde en ese andar de prisa que llevamos cotidianamente, por el estereotipo de
que nunca nos alcanza el tiempo para realizar todo aquello que deseamos hacer,
me lo tope en un crucero de nuestras calles, su actuar torpe y errático, tal
vez por el consumo de substancias tóxicas, me arranco una sonrisa y por un
momento me llevo a olvidarme de la prisa.
Se acercó, le
extendí una moneda, y pregunte: ¿Cómo te llamas? Sonriendo y alzando los
hombros al tiempo que con sus manos señalaba su aspecto me respondió; ¡Pues
payasito!
Si me dije, es
obvio, pero me llevo a pensar que cuando ya no tienes nada que perder, pierdes
tu propia identidad, dejas de ser un ser humano y te conviertes en una
etiqueta; vago, adicto, ladrón, delincuente, limpiaparabrisas, payasito, y lo
peor; poeta.
Todos ellos
tienen algo en común, son invisibles, pasamos a su lado y no los vemos, o sería
mejor decir: ¡No queremos verlos!
Sin embargo y a
nuestro pesar son reales y tal vez, solo tal vez, les falto una pequeña
oportunidad para convertirse en seres visibles.
Y en alguna
ocasión alguien me comentaba que lo que los mata, no es la falta de alimento ni
de apoyo, sino la indiferencia de todos los que los ignoramos, los que los
evadimos, día con día.
A fuerza de
toparnos diariamente, pues él trabajaba en la calle que era mi camino habitual,
con el paso del tiempo llegamos a conversar, siempre de prisa, por la mía claro
está, hasta que un buen día desapareció y lo digo literalmente, ya que nunca
había tenido identidad, simplemente dejo de existir, ahora, detengo un poco mi
marcha apresurada y me permito verlos, tal vez intentando que dejen de ser
invisibles, claro que también sin conseguirlo.
Y para él,
buscando la forma de decir adiós ya que no tuve la oportunidad de hacerlo,
escribí esto, con la esperanza de que más ojos se detengan y los vean:
PAYASITO.
Era bueno cualquier sitio
con frío, sol, o, aguacero
él escogía un crucero
y se vestía
de payasito.
Lo que le faltaba de actor
lo cubría con el corazón
y después de su actuación
pedía una moneda, ¡por favor!
Que si el día era bueno
y abundaba el dinero
comería sopa marinada
y un buen “churro” de marihuana.
Pero si escasean los pesos
y son pocos los recursos
aunque ese día no coma
que no falte su “hierba santa”.
Pues fumándola se fuga
y sólo así se le olvida
que no quiere la vida
que no tiene familia.
Con ella se vuelve fuerte
y no le asusta la muerte,
sin ella regresa el miedo,
de no tener nada, de estar solo.
Después robaba cosas
para llenarse de drogas
decía que soñaba locuras
que un ángel lo elevaba con sus alas.
Y un día ahí en un rinconcito
intoxicado en la calle murió,
nadie lo reclamo, nadie lo lloro
porque sólo era: ¡Un payasito!
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